jueves, diciembre 20, 2007
Agujetas que me prestó una hermana....
desanudas las piernas.
Corres
a la caza de besos y
versos,
te llenas de vida,
te ves a lo lejos,
ya casi te alcanzas
y das pasos tan largos como tus gritos.
Aullido.
Mansedumbre.
Fiebre pertinente de cualquier mañana.
***
Pisa el pie izquierdo la agujeta del derecho
tropiezas
oruga del miedo
asco precocido como una cama de arroz barato
imbatible (no se bate)
inasible (no se asa, no se fríe, no se pega).
Eructas.
Resurrección de avellanas
o de almejas
Vives
nuevamente
bajo los pechos
bajo la niebla que respinga
bajo el ardor de cada pezón
de cada recuadro
y también de cada una
de esas -ellas-
alpargatas.
***
Almidón en las mangas:
una camisa sin rayas, sin arrugas, sin franjas.
No hay perseguidor y no hay camino:
tu cuerpo es prestado
y sus tetas son cosa de ella.
Ay. El dolor. El amor. Los gritos.
Escribes mejor cuando acabas pronto.
¿Qué ironía, no?
Un poema debiera ser
inversamente proporcional
a un amante.
Si termina pronto, acaba bien
-uno-
y mientras más persista
-el otro-
menos habrá de desvanecerse
y se hara imposible el escapar de los gruñidos
ode las ganas.
***
Rasgas el velo del aullido
la cal de la mañana
el eco de unos dientes que chocan entre sí
y que luego se acompañan
hasta el frente:
La guerra empieza y tú,
tú no eres guerra ni eres nada.
Buenos días, terror.
Buenas noches, mañana.
Te esperamos equívocos y muertos.
Aunque -la verdad-
no te esperábamos ni entre la media madrugada.
Cuando ya no haya ventanas
estarás bien muerto.
Mañana. Pasado mañana.
En el después de nuestros nuncas.
En el vaivén de las semanas.
No más.
No más angustia.
Mira esa niña que cruza la avenida
el callejón
y la mitad de la ensoñanza.
Mírala bien.
Hoy sus piernas ínfimas no regresan.
Ni tampoco su boca de almizcle,
cal, gis,
carbón que luego es tinte,
sal, fin
imprudencia para un día 15
carne de lo gris, vida de lo simple.
***
Nada.
Nada de eso volverá
nada de eso nos oprime
bajo el velo -ese velo-
rasgado de añoranzas.
Imagínate.
Imagínate,
querida hermana.
Basta.
Esta noche lo afirmo, sin problemas:
Ese terror no es mío
aunque hacia mí siempre se dirija.
Revuelta
un nombre para la patria
y una patria para los sentidos:
En cada corazón que me importa
siempre resuena ese estallido
terrorismo vulgar
mareo insípido para justificar la no-historia:
Carajo, ¿qué nadie entiende que no me importa?
Hemingway tiene muchos años de muerto
yo no, yo estoy vivo
yo respiro y espero con dulzura retacarme de quien pueda:
Ya no quiero pavor o impaciencia
ya me enferman el pánico y la precaución.
En días como este
sólo espero algún aroma
o algún segundo
Mientras luego desespero
tejido o alado
cruz o mansedumbre
a que me besen y me callen
los inmundos
los guardados.
Y que vivir se manifieste en otra parte
y que esa parte nos describa y nos retenga
para después ser retenidos
pero juntos.
Sosiegos los mancebos
eternos los profundos.
Deja tu pánico en la puerta
y descuartízame este mundo.
Estoy cansado de esperar.
Pues de esperar
ya me confundo.
viernes, diciembre 07, 2007
Atrevimientos
Con el perdón de los más patéticos inquisidores
me permito respirar.
Inhalar, exhalar.
Mantener las comas y los puntos
muy a pesar de que malbaraten
sabandijen
revoltijen y putifeyen las palabras
(a ellas y a sus cositas).
Será porque pa mí todas ellas son putas
-aunque no prescindibles-
pero putas, em, sí,
aunque putas gloriosas
pero putas
aunque putas. Da igual.
Ay de mis amadas putitas de charol
ay de mis recién boleadas.
¿Qué será de los brillantes espejismos?
¿Quién será el que glorifique
y signifique
a estos recién nombrados prolijos?
(Y luego quién sabrá nombrar a los cochinos primigenios, qué se yo)
Vengan pues
las lustrosas ilustradas:
y que vengan también los silencios
y las manadas.
El ruido sólo es ruido cuando aturde.
(Mientras tanto pudiera ser sinfonía
plegaria, o simple lumbre. Da igual.)
II.
Hoy no tengo miedo de nada
-y es curioso- porque siempre guardo alguno
por si hace falta.
Mas hoy no.
Hoy las olas son olas otra vez.
Y aunque me extrañe lo mismo que antes me extrañaba
sigo siendo el perpetuo disparate
que desde mucho antes
antes del frío y de los balcones herrumbrosos
me aquejaba.
Hoy no guardo caminos en los bolsillos
ni paisajes entre las cartas.
Hoy soy desnudamente inútil.
Y además
me apetece decirlo:
Pues mirarte, debo decir,
Mirarte tan mayúsculo
(y tan minúsculo)
así de frágil como miro el mundo
es para lo único
que me alcanza
esta tirada.
No tengo más puntos y aparte (punto y aparte).
Soy aquí tanto como soy difuminado.
Soy pura niebla, vida mía.
Soy la rebaba en la esquina
de cierto aluminio de cierta fragua
de cierto fuego
de cierto leño que quizás
algun sueño
ha dejado.
Soy volátil
como el alcohol y las costumbres
y errático
como el reloj y la supuesta mansedumbre.
Soy un lunático. Venga ya.
Tan prescindible como las cuentas y sus contadores.
No pago impuestos por cada miedo
ni soy filántropo capaz de donar
toda mi incertidumbre.
Soy lo ninguno, lo uno, lo necio.
-aunque sin ti- (sin ti)
al igual que contigo
-así nomás, porque sí-
me da por hacerme el que soy mucho
y el guarda luciérnagas en las bolsas
y el que alumbra lo que mira -si tú lo miras-
o si lo desmiras.
O yo qué sé.
III.
Todo a tiempo.
Buen precio.
Grande pues grande
como también la extensión
que prometía la madrugada.
Como el Ron a deshoras podría ser pastor
suave y terso rito para bautizar la calma.
Pero no.
Una voz tras el plástico
un sonido tras las ganas:
Heme aquí como un grito falaz
pero también infinito.
- Hola
- Hola, cabrón.
- ¿Quién eres?
- Soy yo (el de siempre). Y tú eres largo como tus ansias.
- Sí que soy yo, ¿cómo estás?
- Igual. El mismo. El distinto. ¿Y tú?
- Así mismo.
IV.
Mirarse siempre sirve.
Así dispensamos nuestros bolsillos
y dejamos salir de las entrañas las pestes
y las cucarachas.
Mirarse de lejos sirve mejor.
Y así el mundo corre
falto de aliento y en pleno desasosiego
y cada vez es más fácil
hacerse de un lejos y de un menos
y de un cerca y de un mejor pactar.
Tregua contra el mí mismo.
Permiso contra el ahorro,
garantía para el futuro,
retrato de la siguiente imbecilidad.
No hay zoológico de perros que
de sólo nombrarles
nos hagan menos pendejos.
Estamos
-en total sinremedio-
Encadenados
Sin más
al nosotros mismos.
V.
Pero eso sí:
La introducción debe ser siempre introducción.
Tentempié (nada de postre)
-tal vez fácil-
pero siempre
(siempre) suculenta.
Ya basta de enamorarnos a nosotros mismos
todo el tiempo y en perpetua esclavitud de nuestros antojos.
Concluir no es caricia
y mirar por mirar no cuesta nada.
Miremos.
Soñemos.
Cerremos los ojos.
Mirar dentro siempre sirve.
Y mirar fuera siempre duele
-aunque nos sirva, nos aturda, nos consuele-
ya de mucho
o ya de nada.
Aquí mejor nada.
Aquí arrullo.
Acá colchón de franela
Allá vértice y vórtice de los pájaros añejos.
Más allá la tormenta de insectos,
el aullido de nombres
Y
tras bambalinas:
las Palabras.
-meretrices-
nos consuelan.
Y aunque en el tránsito de amarlas nos perdemos
y aunque los peros hagan aunques
y aunque los aunques hagan peros
Aquí nomás nos arropamos.
Nos envidiamos.
Nos tenemos.
Todo para que luego
sin permiso
ni nada
todos -pero (aunque) más bien cada uno-
nos volvamos polvo.
Pues polvo somos
y en polvo
-me temo y
no me temo-
acabaremos.
jueves, noviembre 22, 2007
Carnalicemos, si quieres. Pero pronto.
Ay, hermanito.
Deja de esconderte detrás de tu rabia.
Pues por muy ancha que la logres dibujar
yo sé que sólo es rabia
y que yo no soy su destino.
Entonces rómpela.
Despuntemos, amigo mío:
No te olvides que no hay nada tras de la muerte
Y que tampoco hay una puta mierda
detras de lo que todos -decimos que- vamos somos comemos hacemos
que no sea eso
muerte pura y lúbrica
Muerte que se quiere muerte.
Déjame llevarte de la mano, ¿vale?
Te juro que no quiero introducirte otra cosa que no sea el motivo de toda insatisfacción.
No pretendo convencerte de nada.
Para ti -como para mí-
ya no hay salvación amortizable.
Quedan sólo algunas caras
algunos tiempos
algunas palabras
y nada más.
Y los supuestos enemigos son tan prescindibles como el aroma de las cloacas
el vapor de 10 segundos a 140 kilómetros por hora
por el viaducto.
Lo mismo que nada.
Así que venga:
labremos algo que cuando menos nos satisfaga a nosotros.
De una vez: seamos lo mismo que todos los inocentes que vivieron y especularon
antes de la era sintética absurda y digital
en la que nos tocó vivir.
Llamemos una buen chaqueta
despertemos ciertos de lo que no queremos vivir
en lugar de pretender lo que sí.
Discurramos, carnal.
Pues la canción no miente
y las princesas siguen intactas:
A pesar de que lo cierto
sólo es
que el mundo
se va a acabar...
sábado, noviembre 17, 2007
Orden número 5.
Levántate, puto de mierda. Levántate y anda. Anda y levántate. Jódete como todos. Hazte valer a dentelladas. Anda. Anda y levántate. Persevera y luego cállate. Ya no tienes tiempo ni ganas ni sabes cuándo ni cómo. Ya se te fue la hora, el día. La mañana y el hartazgo comfortable de seguir y no ser nadie que no sepa callarse. Ya te jodiste, man. Y ya valiste madres, man. Y pa valer madres hay que saber con quien, man. *** Permanece. Perpetúate. Consigue. hoy viste la cara enorme de María, cimbrándose junto con el viento. Ya se te había olvidado, claro. Ya no recordabas por qué te parecía tan hermosa y tan endeble. Ya no sabías nada. *** ¿Viste? ¿Viste esos ojos? Claro que los viste. Y por eso sabes mejor callar. ¿Qué lindo, no? ¿Qué hermoso es ver a la gente estremecerse, no crees? ***
La santa paz.
¿qué bonito se siente, no creen?
Cuando las sierpes hierven y van de vuelta
tranquilitas y disciplinadas
calladitas, sin saber decir nada:
Derechito hasta el herpentario.
(serpentario, cagadero: da lo mismo el nombre)
¿Qué bonito, no?
¿Qué bien se siente, no creen?
El mundo deja de hacer ruido
y las sangijuelitas todas toman su lugar.
Hasta parece canción de Cri-cri.
Ufff.
Qué enorme enormísimo cachito de placer.
Y no nomás para ellas (las sanguijuelitas): Y mejor aclárenselo:
Para todos.
Ay, los cachitos de bienestar,
ay, los pedacitos de amor,
qué más da.
Todo va tranquilo mientras
alguien más
le cuenta y le sigue contando
ese "Pedro y el Lobo" tan cabrón
y que tanto le duele al (supuesto) hijo del
gran padrote.
Don Padrotón, (ay, que lindo él, jaja).
Y él,
que va de chulo por la vida,
no tiene más que decir:
Un par de disculpitas retardadas.
Un mucho cacho de silencio bien otorgador.
Gracias, pusilánime:
Tu supuesta civilidad me hizo la semana.
Gracias.
De verdad:
Escribes tan bien como mierdero resultas.
Aunque no sea tu culpa.
Tu sigue hablando de "los perros, los perros".
Y de paso cuéntanos sobre los alfileres
y sus mutuas dialécticas.
Lástima. Así es la vida.
Bukowski seguro era puto. Y Kerouak un pendejo más.
También Tom Waits y los demás.
Nadie pa tu altura ¿recuerdas?
Claro. Lo recuerdas bien.
Y por eso entrenaste a tu ejército de hormiguitas verdes.
¡Qué lindas! ¡Qué fuertes!
Padrotín de mi vida: Ojalá te duren.
Mientras, se acurrucan. (¡Qué lindo!)
¿Qué más se puede hacer?
Nadita de nada.
Ahí van todos a joderse.
Al cabo su destino se sigue nombrando muy lejos de aquí.
Y por más que le aplaudan, él sabe bien hasta dónde le alcanza.
Hasta los párpados de su hijo:
el más olvidado.
Que le dé:
Un poquito más.
Apenitas más allá.
Tantito.
Ay, padrotito, chulito:
Síguenos divirtiendo.
Ándale.
Al cabo para eso estás, y no te alcanza pa ninguna otra cosa.
Y cuando nos canses,
pues nomás te cambiamos.
Mientras,
acá te esperamos tranquilos.
A ti, y a tu sanguijuelita.
A quien sea.
Da igual la mierda si sabe a mierda (¿no crees?)
Y las que vengan, m'ijo.
Tamos listos. A diferencia de ti.
Acá nos asimos a nuestros huevos.
(Y no lloriqueamos por nuestros hijos que no nos importan)
¡Qué diferencia! ¿No crees?
Jeje.
Cinismo. Bendito tesoro.
Ya lo quisieras para un rato.
Agasájate.
Mientras puedas.
martes, noviembre 06, 2007
Flores para el futuro (como versos para las prosas)
¿Quién dijo que desear tiene nombre de algo?. ¿Quién se atrevió?.
Es más, participemos de la democracia, propongamos los caminos del "cambio":
Señor Presidente: Conmino a que fusile usted, irrevocablemente, a todos los traidores a la patria que se han atrevido a convertir esa dulzura de algunos ojos, piernas, o ciertas e indómitas tetas, en el anuncio espectacular que se nos vuelca encima, violento y conspirador, cada una de las veces en las que este trolebús aprieta el paso mientras transgrede la esquina de Eje Central y Pajaritos. Señor Presidente: Eje Central y Pajaritos es una paráfrasis de Adán y Eva. Señor: En Eje Central y Pajaritos ha sido construida no sólo la patria, sino también la humanidad entera. Señor.
Por supuesto que todo ha sido fútil como un resuello en carnes de quimera. El señor presidente ya no es ni siquiera digno de mayúsculas, o menos aún de metáforas para la displiscencia y el fervor patrio de algunos contados traidores. El señor no está en el edificio: En su lugar hay una máquina contestadora con memoria ilimitada:
El número que usted marcó no explica el infinito. No hace falta notificarlo a Don Carlos Slim, ni tampoco al 040. Reubíquese en su tenue grisaciedad, y si puede, márquelo más tarde.
Argh, señores. ¿Dónde ha quedado el traje enjutísimo de la improbable coincidencia que montó en el trolebús ayer por la tarde? ¿Qué se puede hacer contra la distracción de todos aquellos que no se percataron de sus labios iracundos o de sus ganas tan dispuestas a bajarse apenas un tercio de paradas después? ¿Quién le hará justicia al hormonal hidalgo que -sin ser dechado de esa única hermosura que miró abordar el ultrabús y que opacaba a nuestro lábaro patrio- luego logró atreverse, a pesar su vértigo, a escribirle seisiete líneas sobre algún cacho de sus apuntes de cálculo diferencial, y que además logró dárselos -valientemente- a quien nunca habría de volver a mirar en sus días subsecuentes?
Es que déjenme les cuento:
Me atrevo a contar esto, señor presidente, (señoritos sus lacayos, innombrables sus demás) porque esa tarde yo trepé inconsistentemente, y fuera de mi norma, a las alturas de ese escueto microbús y decidí sentarme justo al final de sus asientos. En la parte de atrás, vaya. Y lo hice en la mera esquina que hacen Eje Central y Pajaritos. En ese mismo lugar donde arriba de nuestras cabezas, se aposentaba prodigioso un enorme anuncio de lencería norteamericana, y una muchacha de carnes escuetas se mordía el labio inferior mientras mirando a la cámara acompañaba algún eslogan de cuyo nombre no quiero acordarme.
Ahí -lo juro, señor presidente- apoyado sobre la suave vibración que sólo el motor de un autobús-trolebús-microbús es capaz de producir, junto a la norma ficcional del estallido que producían los pistones de una maquinaria digna de esta falacia, fui testigo de aquel acto de bravura por el que antes he pedido el indulto de algunos y el fusilamiento de otros.
Pues es que yo también miré al ángel que, muchas paradas más tarde, subió las dos-cuatro escaleras de aquella máquina casi ficticia, y que luego sacó un par de monedas de los bolsillos que colgaban discretamente en las laderas de su suéter de bailarina. Yo la vi pagar su peaje con una distracción digna de la niebla, y seguí las trayectorias de sus ojos mientras se condujo desde el principio de aquel automóvil, hasta al primer asiento en el que recobró su concentración de pluma, y luego se dejó caer sobre el asiento plástico, para entonces volver a ensimismarse.
Vi sus piernas largas como los mismos tubos, paralelos a su desfile, y que son también aquellos a los que se aferran un millar de ciudadanos totalmente prescindibles cuando en esta misma ruta son las 7 y no las 11 de alguna mañana. Y vi sus ojos grises, enormes centellas, rines no cromados pero de talla 24, y que al mismo tiempo que me deslumbraban sin remedio, parecían mirar nada.
Le vi pagar, le vi moverse, le vi andar bajo el suéter y bajo el debajo de ese suéter miré lo que me pareció ser su carne vibrafónica. La vi encontrar un sitio y darse la vuelta. Le miré el culo áureo y gótico, apenas por un instante, y a sabiendas de que había un pequeño muchacho que también la había vislumbrado desde su apoteótica entrada, pero que no gozaba de semejante perspectiva Mozartiana, dejé de mirar. Mas luego seguí mirando sus infinitas nalgas de diosa, a pesar de que tal momento fuese un infinito que, sin embargo, no duró más que los cuatro segundos en que ella cuasidespertó y decidió sentarse frente a mi sitio, en un espacio libre donde no había nadie.
Y luego la vi reposar su cabeza frente a la ventana acrílica y pegajosa donde antes se leía entre ralladuras algo que parecía decir "Ska lives forever". Para luego volver a dormir despierta, en ese sueño de ángeles que sólo los ángeles comprenden como ángeles. El sueño que no dice nada pero bendice todas las cosas. El enfoque hacia el vacío, la verdadera distracción -que es absoluta- y que apaga de una sentada todos los ruidos del mundo.
El seminiño miró un par de veces atrás, con un descaro tal que las costumbres victorianas lo hubiesen condenado a una inmediata decapitación. Miró, y miró, y miró nuevamente. Y mientras miraba cada vez más, lo hacía más tranquilamente. Pues sabía que aquella visión no le estaba escrutinando, y que todo lo que aquellos ojos veían reposaba más allá de la más enorme distracción, y que aquel ángel no podía mirarlo de vuelta. O al menos no entonces.
Luego vi al niño dudar un momento, aunque ese momento fuese escaso como los que a estas alturas de mi propia vida se ganan la categoría de "momentos". Fue casi un instante, un relámpago de seguridad y entereza. Un llamado a su propio deber y a su hambre visceral y poética. Y entonces sacó un cuaderno de su solapa, y sin mirarlo, arrancó un pedazo de alguna de las hojas que de él se desprendían. Un pedazo mínimo, quizás. Un rectángulo de ganas que parecían adivinar el preciso segundo en que ella se despertaría de su letargo mágico, y procedería a bajar del autobús, y luego desaparecer para siempre.
Y muy de repente lo vi escribir. No sé qué cosa, no sé qué tanto. Pero escribió en aquella migaja de papel como si supiera exactamente cuántas palabras cabrían en ella. Escribió sobre ella, o para ella, o en función de ella, eso lo sé. Pues al ángel le vigilaba lobeznamente, es decir, entre pequeños volteos de su cuello germinal, mientras escribia aquello que no pude ver, pero que nunca perdió soltura o simetría tipográfica. Y mientras volteaba, decía. Y mientras veía, contaba. Luego terminó su pequeño relato, o poema, o quién sabe qué cosa. Y entonces fue cuando entendí que era un niño. Engrandecido, ensimismado, perplejo de tanta belleza, pero niño de cualquier manera. Y es que dobló su regalo en cuatro partes, y luego se aferró a él con fuerza, mientras sus ojos sudaban un clarísimo pavor que sólo los niños destilan cuando se encuentran frente a las encrucijadas que sólo ellos se construyen en su aventura cotidiana.
Y lo miré dudar, y dudar, y dudar. Y aunqué fuese sólo un instante, tan pequeño como el último, ese sí que fue un instante de adulto. Un momento de pánico y confrontación de la propia duda. Enlongado hasta lo imposible, estirado hasta el hartazgo, pero culminado, por ese mismo niño, con un acto de bravura inimaginable. Así escribió con letras tenues lo que parecían ser números (quizás telefónicos), en la orilla del papel. Y luego espero a que el trenecillo contaminante acabase de frenar. Ella ya estaba de pie. Despierta pero igual de hermosa. Tocando el botón rojo que haría sonar aquel timbre. El mismo que señalaba su eterna desaparición.
Y entonces él se levanto. Pequeño, más pequeño que ella, pero tan resuelto y obstinado que parecía un hombre. Un escudero voraz y valiente. Un pequeño niño lleno de bravura. Ella no pensó que se disponía a entregarle una nota tan importante, sino que supuso que también allí era donde este pequeño niño se bajaría hacia su destino. Luego él la miró implacable, hasta el mismo núcleo de los ojos, y le dijo: "Ten, toma".
Ella tomó el pedazo de papel automáticamente, mientras las puertas se abrían y su trayecto continuaba siendo el mismo. El terminó su acto de coraje, y tras media vuelta empezó a caminar hacia su asiento. Ella se apeó y el semáforo, entonces, hizo lo suyo.
Y esto sólo yo pude verlo. Ya bien abajo del camión, ella desdobló el papel. Y no sé lo que el papel diría, pero sin duda era un piropo por demás maravilloso. Ella sonrió irremediablemente con cada palabra, y luego miró hacia el autobús como buscando lo que sus ojos de sueño no habían querido ver. Él, reafirmado por el semáforo en rojo, la miraba desde una esquina inescrutable, y en cuanto vio su sonrisa comenzó a acercarse hacia la puerta. Luego, en ese segundo, largo como años y volátil como todo lo puro, ella terminó ese pequeño poema (relato, qué se yo), y besó el papel y miró hacia sus ojos, y encontrando a su pequeño autor, que mientras tanto ya estaba mirándola fijamente, hizo un ademán hermoso y que parecía ser un saludo y un adiós.
Entonces fue cuando ese par de pares de miradas, condenadas al olvido, se encontraron en una milésima que para mí fue eterna, pues aunque él, el niño, estiró su mano como para pedir su bajada, el semáforo volvió a jugar su parte y arrancó las ruedas con la normal violencia de cualquier transporte público del mundo. Y el transporte echó a andar para que luego él, extrañamente, lo comprendiera todo en seguida. Regresó a su asiento, con una sonrisa extrañísima en la cara, y -sin saberlo- me dio la espalda de nuevo.
A ella tampoco la volví a ver de frente. No supe si encontró los números que él dejó enjutos en una esquina tímida y esperanzada de aquel papel. Y como de él no volví a ver otra cosa que su espalda, su pelo largo, y el extraño sayal con el que se cubría de esa tarde friolenta y malhumorada, yo sencillamente me levanté dos cuadras después, en la parada de Constituyentes y Juanacatlán, para luego bajar raudo de aquel móvil sitio y de toda esta historia.
Luego vi el mercado de las flores a mi derecha, y el camino a casa a mi izquierda. Paré un momento y caminé entre los aromas. Recuerdo que compré un ramo de nardos y crisantemos. Los nardos olían muy bien. Extrañamente intensos. Y con ese color tan aromático fue con el que caminé hasta la puerta y hasta casa, y luego hasta los brazos de la que entonces era mi mujer. Le regalé las flores frescas con una sonrisa idiota e incomprensible en el rostro.
Ella me lo perdonó todo, por un momento, y luego tuvimos sexo, y más tarde nos precipitamos hacia el futuro. Y luego, con todo y las flores, el futuro fue.
miércoles, octubre 31, 2007
El por qué es muy tú... (en demasiadas palabras)
y te lo digo con la muñeca dormida, detrás de mí
e igual que te lo diría con un poco de valor fluyéndome en la sangre
Es muy tú porque esta es otra reconstrucción
de la reconstrucción
de esa otra
también
reconstrucción.
Pero aun así, duele.
Aunque igual te lo diría por el hecho de que te gustan los cuentos
y que buscas tu cuento
tu cuentista
y te esmeras porque nadie se salga de los márgenes
El 1 es el rojo
El 2 el amarillo
El 3 es amor que se calla
Y el 4, ardor que se muerde.
Y eso, querida princesa,
es reconstrucción.
Pero aún así, duele.
No. No te lo dí para jugar.
No te presté un juguete más de los que me he encontrado
en este corral de tiempo que me han echado encima.
No. A veces no tengo otra intención que la de sonreír.
A veces sólo quiero gozar y callarme.
Hay días que no me importa ni me creo capaz de enseñar nada.
Y entonces regalo dibujos.
Dibujos de otros,
como los de Quino,
como los que ahora significan mi casa.
Y sin otras ganas que las que me dicen que ojalá te rías
te los regalo sin trampa
y espero tu mensaje
para que me haga la noche.
Esa es mi condena, dibujo de princesa o princesa en sí misma.
Ese es el problema.
Tratar de llamarse a través del otro.
Dejarse ir sin oscuras agendas,
y que el otro alcance a colgarse de una misma sonrisa.
Y luego escuchar música:
"Llámame, no me respondas..."
"Sáciame, que no me alcance..."
"Déjame, que yo me rinda..."
"Cúrame."
Y nada más. Luego callarse.
Y mutar. Otra vez.
Hasta morirse.
sábado, octubre 20, 2007
Redundancias
qué si nos hacemos agua
qué si nos hacemos nada
o nos hacemos tiempo
que no es tiempo
o qué si esto no es sólo otra versión
para las muchas
y muy viles palabras
que repiten la fragua
aún si siempre llegan tarde
Qué si nos deshacemos
qué si nos acontecemos
qué si nos prescindimos
como un insulto
como una -otra, una, ninguna-
palabra enjuta que no es nada
ni define el ardor de la verdadera carne.
¿Qué es lo que somos si no somos
"en verdad" "nada"?
"En verdad" (palabras tan grandes)
O "somos", "nada":
(maneras nuevas para callarse,
equívocos que pretenden sobrevivir el duro test de las palabras
sembradas bajo la piel
supervivientes de la sangre)
La vida no es un quince de junio, oh no.
Ni tampoco es un octubre de sombras
o un agosto torbellino de recuerdos
o un septiembre acidulado por la falta de coraje
ni el año entero de designios
y follaje.
No es que falten las mañanas.
Es sólo que la vida es un acertijo, sí,
un revoltijo,
sí,
un amasijo,
claro que sí.
Y no hay batidora que comprenda en donde empieza
el ahora, la hondura, el exterminio.
Ni dónde termina
el mañana, su paciencia
y los miles de flores que le aguardan.
No somos nada,
como quien dijera todo,
como quien fuera
el gran (gran) belga de la noche.
No somos nada.
(¿O a quién le importa ser solamente huesos y plumas?)
A nadie.
A nada.
No somos nada.
Aunque sobre esa nada se acabe el plenilunio.
¿Porías dejarme ser falta?
¿Me permites,
europeumísimamente,
faltar a mi palabra de ser dios,
y terminar siendo fragua?
¿Hay manera alguna
en la que pueda acabarme por completo
sin deberte ser frazada?
¿Se puede morir sin desmorir?
¿Se puede morar sin desmoronarse?
¿Se puede creer en aquello que se desvanece,
en la ilusión,
en la igualada,
y al mismo tiempo transcurrir quietamente
y dejarse olvidar por el mañana?
Sucede que me canso de ser Dios.
Sucede que me canso de llover sobre mojado.
Sucede que aquí nada sucede.
Sino la lluvia.
Lluvia.
Lluvia.
¿Y luego qué?
No me vengas con la madrugada.
miércoles, octubre 17, 2007
Valemadrismo.
qué importa dolerse o sobarse
romperse o doblarse
cuando el amor siempre es más chico que la muerte
y la muerte más pequeña que lo que resulta hartarse
Qué importa ser mejor o tener hambre
qué importa tener labios de viernes
o qué importa creerse merecedor
de una buena cara para el martes
Hay olas que llegan para matar
y olas que llegan para romper y entonces quedarse.
Hay gente que sólo es una tilde
(acento en los dédalos del tiempo)
y otra que se marcha cuasiparda
sin que haya siquiera que cuando menos asustarle
¿Por qué cuesta tanto dejarnos llorar
a quienes tanto tenemos para llorarles?
¿Por qué duele tanto callarse y saberse loco,
mientras al mismo tiempo
no cuesta nada dejar de importunarse?
Los hombres me tienen harto, corazón.
Y ese mismo harto corazón
es eso que les falta
en cada ranura de sus tardes.
¿Qué mierda, no?
Qué ganas de siempre decir algo.
Qué vicio de resplandecer.
Qué necesidad de formar parte.
Extraño a quienes no les falta nada
y a quienes conocen las mieles del silencio
y lo oportuno que es callarse.
Lástima que sean tan pocos.
Como lástima también tener que involucrarse.
¿Sabes? Hay un mundo bajo el agua.
Hay una jungla que carece de sonido.
Hay un minuto que requiere de tu calma.
Hay un quejido que reclama ser tu sangre.
Respira hondo.
Así.
Ya luego nos vamos todos.
Y tras de todos vendrán los que queden sin alma.
Y bajo ellos los muertos.
Huecos enjutos, almas minutos,
muertos.
Como muertos son sólo los carentes de carne.
(No te preocupes, perpleja.
Ya sabré de algún otro lugar para callarme)
domingo, octubre 07, 2007
Mensaje para una botella.
Pero sé que tu voz debe de ser dulce y feroz como una estampida de pájaros de fuego
y que nuestro mundo, que tampoco conozco
es un columpio boscoso e incansable
en el que nos meceremos bajo el albedrío del viento
y haremos de la tierra nuestra tierra.
Amor, no sé si me escuchas.
No sé si me sabes ni sé si me sientes.
No sé si soy bruma
o espuma
o fiebre estéril como ninguna
pero sé que tus piernas -las que no conozco-
son tenazas sin apellidos y muy fuertes
con las que trotaremos sobre cada piedra
y erizaremos los cabellos del mundo
Amor, mi piel china, eléctrica
mi desconocido sabor de lo eterno
mi sabiduría y mi deshauciamiento:
No te conozco. No quiero salvarte. No nos debemos nada.
Pero sé que en algún lado existes, y que para que eso pase
sólo hará falta una mirada.
sábado, julio 28, 2007
Pijamas subacuaticas.
Aura se puso su vestido de mar
adecuado para un ultimo dia
y Aura se fue
caminando sobre el pasillo de cierto paraiso que resulto ser infierno
todo alrededor
Aura era mas que una sirena
Aura era un pez, un hipocampo, un petroglifo
Aura era siempre las olas
las que creia domesticas
las que anhelaban ser gritos
Aura preterita
Aura pauperrima y trillonaria
Aura retruecana, hipotetica, frenetica
Aura todo lo que se le diera la gana
Aura era eso:
Un canto rabioso sobre la almohada
o un simple beso aturdido por la lluvia y la marejada
Aura laconica
Aura revuelta y hermeneutica:
Aura del frio, del calor
de la lluvia
Aura como ninguna otra Aura.
II
Aura se puso ese vestido de noche
ese vestido de mar
ese vestido sin nombre
Y Aura levanto su cuello de cristal
y luego lo enfilo hasta un como
y hasta un cuando
y hasta un donde
Y ese donde-como-cuando
resultamos ser todos:
los gerundios del nagual
las pinturas del por que
el eterno infortunio que desprecia las certezas
y la suave coincidencia de una ola que no tiene proposito
mas que el de matar
III
Aura se puso su vestido de albedrios
y luego decidio quizas morir
quizas ser salvada
princesa de julio, verano sin muerte
mujer, solo mujer
ahogada de frios tanto como eterna
Y que nos dejo romper las olas
las siguientes,
solo a nosotros
Salvaje, sempiterna
resuelta como un nudo
arena bien despierta:
Aura
se vistio de mar
y nos dejo en mitad del roto
y del oscuro
acertijo selvatico de la muy breve vida
IV
Aura: a donde te llevaste nuestros ojos?
en donde esta el camino sin paredes ni cerrojos?
quien se atreve a creer en el destino aqui y ahora,
si tu no estas,
ni tampoco esta tu nombre
o apellido?
Hoy me vesti de avion
y te busque entre las nubes
todo para nada, aunque no importe.
(No estabas alli, flotando, ni tampoco yo volaba despojado del miedo de andar sin nombre)
Hoy me escape de mi
y te busque entre los mios:
No hubo mayor fortuna
ni tampoco apareciste bailando
como si te lo hubiese pedido
V.
Aura,
flor vestida de mar,
cada filigrana de tu traje espumoso es
solamente
una nueva ola
y en cada ola te busco y te me rompes
encima como encima llueve un craneo sangrante
y lejana
muy lejana
como todos los esteriles gritos que se juntan pa encontrarte
los de ahora
los de ya muy tarde.
VI
Aura, estornudo y borrador
epitafio y bienvenida: Aura silente
Aura sin tregua
Aura de todos:
No es tu vestido de mar
ni tampoco son las olas las que barren el camino
Nada de eso, Aura mia, Aura de todos:
Toda tu muerte es una simple rebanada de brevedad
que nos recuerda
estridente
la evidente eternidad que no pasaremos contigo
Todo es un diablo, un martes, un delirio.
Es todo nada.
Es otro jueves, otro frio, otro dia que llueves
y que no estamos contigo.
Un mientras tanto. Un asedio por demas aguerrido.
La cama vacia y los rincones carentes de sonido:
Ya desde aqui te extraniamos y entonces
mas para alla no hay motivos.
VII.
Vuelve. Vuelve cuando puedas.
Y si no puedes, dime.
Gritame.
Agitate en tu vestido de mar
y en las rocas que maldigo:
Ya entonces yo voy. Vamos todos.
Ya me despierto
ya te persigo.
Aunque no me escuches nada.
No importa.
Hoy ya todo esta perdido.
jueves, julio 12, 2007
Orden número cuatro (light versión)
ya que es todo lo que sabes hacer
Agítate
mientras las llamas te tuestan
te fríen
Enjuga tus lágrimas
de mercurio
con esos dedos de plomo
Marca el número del alquimista
todavía quedan
todavía hay
todavía existen
los que transforman la bruma
se recortan cuadritos de lino oropel con los que visten
tu impaciencia
Retuércete
juguemos al infierno
yo soy el diablo
¿vale?
tú eres la sopa perpetua en la que se cuecen
tus designios de paja
No
no te presto el látigo
No
este caldo es mío
Si quieres el tuyo
tendremos que empezar de nuevo
Está bien
una vez más:
Una Dos Tres:
**
Encallo ya
que es todo lo que sé hacer
Las anclas gimen sobre el coral
que rasguñan
en su ceguera marítima
Todo se hace pedazos
Sí señor, hay que sacar la carabela de aquí
No señor, no queremos morir en este orificio del mar
Queremos cuando menos brisa
Tesoro sin brisa es peor
que un pirata sin callos dolor sin cicatrices
Sí señor el coral el arrecife
ya no nos importan
Sí señor, todo es añicos
todas son migajas escupidas
sobre el vientre cadavérico de la conciencia
Listo señor
Escupa sus llamas
Pero los botes son nuestros
Usted se queda en la ducha que el fuego ha tejido
sobre su nave
No señor
usted debe morir
No señor
no se puede empezar de nuevo
¿Sí se puede?
Vale
Comencemos:
Una Dos Tres
**
Mi deber como náufrago es morir bajo las estrellas
Tienta la tabla
Tabla escueta
balsa del sol
vigía de las estrellas
que no llegan
No llegan
Es que no llegan
no puedo morir o no debo
Corta un poco del cuerpo muerto de tu amada
Sí, la que yace ahí
no juegues a que no sabes
No pienses que podrás darle otro sepulcro que no sean tus entrañas
Corta
recorta
destaza
mientras tenga filo la daga
Engúllela
antes de que se pudra
junto con tu alma
Mastica
No
no tragues
Mastica
Tan suave
como tan dura
la encuentres
Sueña con un jabalí
o con un cerdo loco
silvestre mientras la comes
Te la comes tranquilo
¿Qué más amor que ese?
Dime qué pieza has escogido
¿Qué pedazo de su carne te traes entre dientes?
No digas que no quieres
que la quieres
que no puedes
Es sólo un cuerpo muerto
tan muerto como tú muerto
como lo que duele
Ya nada te duele
Mastica
luego mira
Mira
es una boya
Mira
es una luz
Es un faro
Es tierra firme
Que ahora todos sepan que para vivir alguien más muere
***
Regresemos
Vamos de vuelta a la muerte
Mejor la muerte
Mejor que esto
No
No hijo mío
Eres un náufrago
A los náufragos nada se les concede
Aquí nada recomienza
Aquí no hay cuenta
tampoco hay días
Aquí estás tú
está su carne salvación
que no quieres
Están aquellos allá
cerca del faro
Están todos
los que pronto habrán de saber
Los que mirarán su carne
mirarán tus dientes
Los que sepan que has vivido
Los que lucren con tu historia
los que te odien por habértela comido
Los que duermen las tormentas
Los que te duelen
Respira marino
Lo has logrado
Falta mucho
pa que sepas lo mejor que está la muerte
Traga
Traga cállate
Es quizás un espejismo
No lo sabes
Por eso serás fuerte.
jueves, junio 07, 2007
Orden número 4
ya que es todo lo que sabes hacer
Agítate
mientras las llamas te tuestan
te fríen
Enjuga tus lágrimas de mercurio con esos dedos de plomo
Marca el número del alquimista
todavía quedan
todavía hay
todavía existen
los que transforman la bruma
se recortan
cuadritos de lino oropel con los que visten tu impaciencia
Retuércete
juguemos al infierno
yo soy el diablo ¿vale?
tú eres la sopa perpetua en la que se cuecen tus designios de paja
No
no te presto el látigo
No
este caldo es mío
Si quieres el tuyo tendremos que empezar de nuevo
Está bien
una vez más
Uno
Dos
Tres
**
Encallo
ya que es todo lo que sé hacer
Las anclas gimen sobre el coral
que rasguñan en su ceguera marítima
Todo se hace pedazos
Sí señor
hay que sacar la carabela de aquí
No señor
no queremos morir en este orificio del mar
Queremos cuando menos brisa
Tesoro sin brisa es peor que pirata sin callos
dolor sin cicatrices
Sí señor
el coral
el arrecife
ya no nos importan
Sí señor
todo es añicos
todas son migajas
escupidas sobre el vientre cadavérico de la conciencia
Listo señor
escupa sus llamas
Pero los botes son nuestros
Usted se queda en la ducha que el fuego ha tejido sobre su nave
No señor
usted debe morir
No señor
no se puede empezar de nuevo
¿Sí se puede?
Vale
Comencemos
Uno
Dos
Tres
**
Mi deber como náufrago es morir bajo las estrellas
Tienta la tabla
Tabla escueta
balsa del sol
vigía de las estrellas que no llegan
No llegan
Es que no llegan
no puedo morir o no debo
Corta un poco del cuerpo muerto de tu amada
Sí
la que yace ahí
no juegues a que no sabes
No pienses que podrás darle otro sepulcro que no sean tus entrañas
Corta
recorta
destaza
mientras tenga filo la daga
Engúllela antes de que se pudra
junto con tu alma
Mastica
No
no tragues
Mastica
Tan suave como tan dura la encuentres
Sueña con un jabalí
o con un cerdo loco silvestre
mientras la comes
Te la comes
tranquilo
¿Qué más amor que ese?
Dime qué pieza has escogido
¿Qué pedazo de su carne te traes entre dientes?
No digas que no quieres
que la quieres
que no puedes
Es sólo un cuerpo muerto
tan muerto como tú
muerto como lo que duele
Ya nada te duele
Mastica
luego mira
Mira
es una boya
Mira
es una luz
Es un faro
Es tierra firme
Que ahora todos sepan que para vivir alguien más muere
***
Regresemos
Vamos de vuelta a la muerte
Mejor la muerte
Mejor que esto
No
No
hijo mío
Eres un náufrago
A los náufragos nada se les concede
Aquí nada recomienza
Aquí no hay cuenta
tampoco hay días
Aquí estás tú
está su carne salvación
la que no quieres.
Están aquellos allá
cerca del faro
Están todos los que pronto habrán de saber
Los que mirarán su carne
mirarán tus dientes
Los que sepan que has vivido
Los que lucren con tu historia
los que te odien por habértela comido
Los que duermen
las tormentas
Los que te duelen
Respira, marino.
Lo has logrado
Falta mucho pa que digas cuán mejor está la muerte
Traga
Traga
cállate
Es quizás un espejismo
No lo sabes.
Por eso serás fuerte.
viernes, junio 01, 2007
Frías hamacas
Marit se levanta de la cama, cobijada por el mismo sopor que los seis (u ocho) meses de invierno y calefacción -que ha vivido cada año, toda su vida- le han provisto junto a un tenue adormecimiento de su cuerpo y un extraño arrullo de sus entrañas. Marit concurre junto a la cocina, la blanca cocina, el luminoso espacio opaco que sus veintinueve años y cientoseis días reconocen como el habitáculo donde habrá de girar cierta manija, con un franco gesto derivado de otro franco ritual de aburrimiento, y, tras poner una atención casi infantil al sagrado acto de llenar el vaso, beber. Beber sin sed. Tortura como pocas. Ausencia de calor.
Marit repasa entonces -de camino a la sala, quizás al sofá, quizás al escritorio plagado de libros y letras siempre compañeras- lo que en un acto autómata se ha vuelto la conjura de sus días. Marit repasa su noción de felicidad, a la que luego antepone un grueso tajo de páginas y páginas mentales, cosecha de tantos inviernos anecdóticos y recluídos dentro de las mil quinientas y tantas semanas en las que ha soportado esa escueta y perfectamente mesurable vida que en Trondheim (140,000 hab.) ha vivido. Aunque a veces prefiere pensar que la ha muerto. Y luego piensa en morir la vida, y un sinfín de construcciones metafóricas que germinan a partir de esa escapatoria la libran de penetrar enteramente en la melancolía de esa nevada planicie que considera ser su vida. Subida -añora- pero pronto cae en cuenta que una planicie es justamente eso: línea recta mesurable y carente de adjetivos. Sin subidas ni bajadas, sin vértigo y sin ganas, Marit llena nuevamente un vaso con el líquido que sabe que la mantendrá viva, aun cuando la ausencia de ese deseo de beberlo -que debiera ser mortal- le estremezca las entrañas.
Y es que Marit no se estremece. Marit no conoce realmente ni la ilusión ni el desencanto. Marit navega, como lo hace junto a Magnus pero como lo haría junto a quien fuera, en una estrecha planicie cubierta de nieve y de casas carentes de caos y miserias. Marit añora una piel negra, añora un cuchillo, añora -casi pudorosa- un terremoto. Marit desprecia esa blanca mujer que agoniza sobre la blanca y predecible línea recta de su vida. Marit quisiera ser una explosión. Marit quisiera despertar en una jungla que enmudeciera sus pezones y sus caderas, hasta el punto de volverla un animal de juegos y de colmillos al que nadie le recriminase la menor de las cuentas.
Pero no. Porque Marit es sólo Marit y no es una extraña coincidencia. Marit yace hoy como yace siempre: muy conforme con su lenta y predecible agonía. Marit llena el vaso, se decide por el sofá y -sin embargo- esta vez no coge un libro. Y Marit repasa. Repasa las piernas de Magnus. Repasa las horas que Magnus le ha dedicado centímetro a centímetro. Sus horas piernas. Sus horas muslos. Sus horas ciencia y espejismos. Sus horas amor en el café, sobre el café, tras el café. Y repasa el café que para ella es una isla. Una isla negra en las blancas planicies de sus ruegos. Y repasa a Magnus y a sus ojos. A Magnus y sus manos fuertes y vikingas que alguna vez fueron capaces de hacerle olvidar todo. Magnus y su pene histérico y pétreo, queriéndole y -por qué no- dándole toda esa espasmódica calma que un orgasmo y un amor podían darle justo antes de que se cansara de todos y de ninguno. Y de Magnus. Y del sexo y de su pene o no su pene. De toda la nevada planicie que subraya y delimita la totalidad de su mundo.
Hoy Marit no está bien. Hoy a Marit le acongoja lo que nunca había sido otra cosa que paisaje y perspectiva recostada en las laderas de su historia y de sus frutos. Hoy Marit ha contado, uno a uno, los veintinueve años y cientoseis días que suponen ser su vida y sus grandes exabruptos. Hoy Marit despertó, y algo le pulsaba en el vientre. En el bajo vientre. Apenas unas pulgadas por encima de su sexo, y con una monstruosidad aterradora. Y aunque Marit, acostumbrada a cejar todo intento que su cuerpo promulgase para exprimirle un par de lágrimas, reaccionó con la racionalidad de siempre, y lo intentó todo antes que sucumbir, el latido de ese amoroso asco que nació debajo de su vientre fue más que lo que nunca pudo contener. Hoy Marit se ha sentado en el sofá sin intenciones de proseguir el ritual al que su conformidad le tenía acostumbrada. Hoy Marit no es Marit. Hoy Marit ha decidido matarse. Matarse como siempre, pues, pero sin seguir viviendo.
Y Marit enjuga algo nuevo: Lágrimas frescas que brotan de sus párpados blancos, guardaespaldas de las pupilas azules que está tan harta de ver y no ver. Porque Marit piensa que uno ve sus ojos cuando los siente. Y que uno siempre sabe qué cara tienen sus ojos. Y esto -en esos veintinueve años y cientoséis días- es lo más cerca que Marit ha estado de sentir segundo a segundo. A través de sus ojos. Sus ojos mirando otros ojos. Sus ojos siendo ella misma.
Así que Marit los enjuga y decidida abre la puerta que comunica la cocina y la sala y el mundo de su reclusión invernal y calefactoria con el otro mundo que la nieve y el viento dibujan fuera de esa comodidad que tanto repudia. Marit abre la ventana y siente -SIENTE- la tormenta escurriéndose implacable por el resquicio que su deseo ha abierto hacia el interior del apartamento donde Magnus y ella transcurren lentamente hacia la muerte. Y Marit, sólo entonces, se decide por completo. Magnus habrá de encontrar alguien más con quien vivir ese lento transcurso hacia la muerte que siempre ha querido. Marit se siente libre y libertaria. Marit se relame un par de copos violentos que la nieve hace chocar sobre su boca, y resuelta se coloca en la tenue orilla que la separa de sus ganas.
Marit resopla. Marit repasa. Marit se congela las piernas, los ojos, los pezones, las ansias. Y Marit luego se lanza. Se lanza al vacío. Imposible salvarse desde un séptimo piso -se dice congruente y convencida, mientras cae -en su pequeño precipicio- hacia ese, su pequeño paraíso- y que Magnus me perdone...
Nationen, Aftenposten, Dagbladet. Principales diarios de Noruega.
28 de Febrero de 2007.
Milagro en Trondheim.
Marit Olsen, de veintinueve años, en lugar de engrosar las ya preocupantes cifras de suicidios en nuestra próspera nación, ha sido bendecida con un extraño milagro. A las 17.45 horas del pasado jueves, caída la noche, la joven Marit decidió lanzarse desde el séptimo piso de su apartamento en la calle Fjordgata, enmedio de una salvaje tormenta. ¿Cuál sería la sorpresa de esta atribulada joven, cuando en lugar de caer violentamente sobre el pavimento de la céntrica Fjordgata, su cuerpo se encontró suavemente con los casi dos metros de nieve que esa tarde habían caído sobre todo el norte de nuestro amado país?
Marit Olsen, reportan los médicos, perdió el conocimiento tras la caída, y unas horas después, al recibir la noticia de su curiosa supervivencia, se ha mantenido silenciosa en la cama del hospital al que fue asignada por los cuerpos de rescate. Salvada por la nieve, Marit Olsen ha vivido una curiosidad que pocas veces podrá repetirse.
AFP/REUTERS
martes, abril 24, 2007
22 jaikús bien solicitados.
Para N. cuando solicita.
I
Delirio en do,
ninguna gracia mayor
al reencuentro.
II
Mariposa crin,
dónde habías estado
lo desconozco.
III
Miro si temes,
no me disgusta nada
el frío tuyo.
IV
Sorpresa nomás,
mirar eso antiguo
que me conmueve.
V
Antiguos los dos,
retablos sin réplica
heridos nomás.
VI
Dolor que no es
ni mariposa ni más,
clima sin autor.
VII
Bello precioso
sublime sinfín nada
iracunda voz.
VII
Tímida doblas,
creo, todas tus notas,
dando crujidos .
VII
Maravilla, sí,
piel que revolotea:
ruidos que eres.
VII
Años sin cuenta,
ahora no importan:
así tú brotas.
VIII
No te conozco,
parpadeo por miedo
y resucito.
IX
Paloma temblor,
¿de dónde has salido?
Tibia y tersa.
X
No me asusto,
te esculpí veintidós:
uno por año.
XI
El mar que te doy,
tú píntamelo aquí.
Traza la gracia.
XII
Paloma vuelta
es como paloma sed:
Siempre ansiada.
XIII
¿Y si no existes?
¿Y si todo es sueño?
No más preguntas.
XIV
No me aterra
si otra vez te marchas:
nunca te supe.
XV
Castañas por ojos
¿cómo adivinarlo?
Fui antes calma.
XVI
El después mata
yo ya no le conozco
lo dejé todo.
XVII
Miedo de nubes,
vino y se fue.
Quedan tus cantos.
XVIII
Tercamente soy
y terco me resisto:
Ya eres todo.
XIX
Revuelta te vas
y entera regresas:
es miedo mío.
XX
Te marchas así,
ahora y sin rumbo:
Callando lo sé.
XXI
¿Debí ser mejor?
¿Importa si insisto?
Dibuja, mejor.
XXII
Quisiera trazar
los tiempos que atisbo:
el tuyo y luego, imperfecto como el número 22,
el mío.
jueves, marzo 29, 2007
Análisis sobre la lluvia de estrellas
(La lluvia, el valle, los meteoros y el que los piensa)
Un cabrón se da cuenta de que la transcripción literaria o verbal del pensamiento equivale a dar un paseo bajo una intensa lluvia de meteoritos.
Luego, el mismo cabrón piensa, soberbiamente, que la mayor parte del mundo ejerce esa captura de pensamientos arbitrariamente, es decir, valiéndole madres que "cacharlos" (a los pensamientos/meteoritos) "así nomás", ahí, "en el prado de Meteor Valley", es lo mismo que dejarse aplastar por uno de los meteoritos. Y que cada meteorito es una certeza, o un estereotipo, o una visión de "éxito" ultra-falaz. Y luego -este mismo cabrón- concluye que por eso es que hay tanta carne de cañón en el mundo, dispuesta a dejarse -no digamos fornicar- sino a dejarse aplastar -cual vil cucaracha- contra el terreno que queda debajo de cualquier meteorito-certeza, la que sea, la que máomenos le acomode.
Traducción antimetafórica o moraleja de esa historia que escribí (tras querer escribirla y fallar): Pensar es justo lo que jode todo. Pensar los pensamientos es la gran trampa. Querer escribir lo que se quiere escribir es justo la mezcla que aglutina los ladrillos en las paredes de cada propio laberinto. Sofisticado o pepinero.
El síntoma más claro otros lo describen muy bien: Escribir algo interesante después de pensarlo es un camino estéril. Tal vez -y sólo tal vez- consigas escribir algo distinto, medianamente interesante -y que ya has pensado- si te dejas desencadenar lo suficiente.
O cómo en esa historia que escribí en otra parte, en la que "si asumes a un nivel casi feligrés, es decir, lleno de fe, que -mientras no los pienses demasiado- los meteoritos podrán seguir cayendo a un lado tuyo (en lugar de sobre ti), toda vez que te lances valientemente a cruzar el valle en donde caen sin control."
Aterrizando: echar a andar en Meteor Valley es como "caminar sobre las brasas", sólo que menos pendejo. Es más bien asumir que el aparato que traduce los pensamientos (léase, el lenguaje) no te pertenece ni te puede llevar más lejos que
a) Ser aplastado por el primer pinche meteorito que te topes (ergo, la religión, la estructura familiar, la tele, la moda, etc... o
b) Hasta máomenos la mitad del camino, donde te dejarás aplastar felizmente por un meteorito de tu propia manufactura y deseo (ergo, una postura existencial ad hoc, un amor, uno o varios vicios, etc...)
Y, evidentemente eligiendo la opción B, el cabrón de este cuento nomás se deja ir, y le mete pata a los senderos de Meteor Valley, bajo la convicción de no pensar demasiado en sus pensamientos. Y luego...fin. Dejando abierta la posibilidad de que falló y uno de los primeros meteoritos -digamos la mota, el fashion o el sexo superficial- lo hubiese aplastado, o que -por el contrario- hubiese alcanzado a avanzar muchos kilómetros hasta llegar más cerca de la siguiente orilla que de la primera, y entonces se hubiese sentado a descansar, fumado un cigarro, tomado cien mezcales, todo sobre los cuadrados manteles de pic-nic que había empacado previamente, y ENTONCES hubiese pensado demasiado sobre un pensamiento, y lo hubiese visto venir desde muy lejos, como un gran cometa halley cayendo sobre su cabeza y plaf: Aplástame -hubiese gritado- Y listo.
Y la realidad es que todos nos montamos en un cometa, minúsculo o majestuoso, perenne o imaginario. Un cometa cada quien, hasta que llega el día en que nos acaba matando.
No bien, no mal. Todo es una rara consecuencia.
viernes, enero 12, 2007
Descubrimiento
vísteme, vísteme de palabras
que yo me desvisto y pongo un sombrero de carne
para morderte a cachetadas
cuando se vuelque la tarde
Lienzo de manchas y trazos turbios otro amor
píntame, píntame de formas
que yo me nombro y me clavo en un grito
para decirte salival y silábica
cuando se formen más mitos
Canción rabiosa melodía maledicente gloriosa un amor más
suéname, suéname en alta y feliz fidelidad
que yo me callo y me busco cuando llegue el interludio
para tocarte cual cigarra guitarra violín de los días
cuando no existan más junios más tuyos más sordos y más mudos
Replícame en sintonía tan sólo un segundo
espera, ahora yo te replico
ahora tú
eso es todo
eso es nada
Pariendo centinelas que nombraran nuevas cosas
nos encontramos al amor
¡Viste?
No había que hacer nada
era todo callarse
y degustar