viernes, junio 01, 2007

Frías hamacas

Basado en una historia real.


Marit se levanta de la cama, cobijada por el mismo sopor que los seis (u ocho) meses de invierno y calefacción -que ha vivido cada año, toda su vida- le han provisto junto a un tenue adormecimiento de su cuerpo y un extraño arrullo de sus entrañas. Marit concurre junto a la cocina, la blanca cocina, el luminoso espacio opaco que sus veintinueve años y cientoseis días reconocen como el habitáculo donde habrá de girar cierta manija, con un franco gesto derivado de otro franco ritual de aburrimiento, y, tras poner una atención casi infantil al sagrado acto de llenar el vaso, beber. Beber sin sed. Tortura como pocas. Ausencia de calor.

Marit repasa entonces -de camino a la sala, quizás al sofá, quizás al escritorio plagado de libros y letras siempre compañeras- lo que en un acto autómata se ha vuelto la conjura de sus días. Marit repasa su noción de felicidad, a la que luego antepone un grueso tajo de páginas y páginas mentales, cosecha de tantos inviernos anecdóticos y recluídos dentro de las mil quinientas y tantas semanas en las que ha soportado esa escueta y perfectamente mesurable vida que en Trondheim (140,000 hab.) ha vivido. Aunque a veces prefiere pensar que la ha muerto. Y luego piensa en morir la vida, y un sinfín de construcciones metafóricas que germinan a partir de esa escapatoria la libran de penetrar enteramente en la melancolía de esa nevada planicie que considera ser su vida. Subida -añora- pero pronto cae en cuenta que una planicie es justamente eso: línea recta mesurable y carente de adjetivos. Sin subidas ni bajadas, sin vértigo y sin ganas, Marit llena nuevamente un vaso con el líquido que sabe que la mantendrá viva, aun cuando la ausencia de ese deseo de beberlo -que debiera ser mortal- le estremezca las entrañas.

Y es que Marit no se estremece. Marit no conoce realmente ni la ilusión ni el desencanto. Marit navega, como lo hace junto a Magnus pero como lo haría junto a quien fuera, en una estrecha planicie cubierta de nieve y de casas carentes de caos y miserias. Marit añora una piel negra, añora un cuchillo, añora -casi pudorosa- un terremoto. Marit desprecia esa blanca mujer que agoniza sobre la blanca y predecible línea recta de su vida. Marit quisiera ser una explosión. Marit quisiera despertar en una jungla que enmudeciera sus pezones y sus caderas, hasta el punto de volverla un animal de juegos y de colmillos al que nadie le recriminase la menor de las cuentas.

Pero no. Porque Marit es sólo Marit y no es una extraña coincidencia. Marit yace hoy como yace siempre: muy conforme con su lenta y predecible agonía. Marit llena el vaso, se decide por el sofá y -sin embargo- esta vez no coge un libro. Y Marit repasa. Repasa las piernas de Magnus. Repasa las horas que Magnus le ha dedicado centímetro a centímetro. Sus horas piernas. Sus horas muslos. Sus horas ciencia y espejismos. Sus horas amor en el café, sobre el café, tras el café. Y repasa el café que para ella es una isla. Una isla negra en las blancas planicies de sus ruegos. Y repasa a Magnus y a sus ojos. A Magnus y sus manos fuertes y vikingas que alguna vez fueron capaces de hacerle olvidar todo. Magnus y su pene histérico y pétreo, queriéndole y -por qué no- dándole toda esa espasmódica calma que un orgasmo y un amor podían darle justo antes de que se cansara de todos y de ninguno. Y de Magnus. Y del sexo y de su pene o no su pene. De toda la nevada planicie que subraya y delimita la totalidad de su mundo.

Hoy Marit no está bien. Hoy a Marit le acongoja lo que nunca había sido otra cosa que paisaje y perspectiva recostada en las laderas de su historia y de sus frutos. Hoy Marit ha contado, uno a uno, los veintinueve años y cientoseis días que suponen ser su vida y sus grandes exabruptos. Hoy Marit despertó, y algo le pulsaba en el vientre. En el bajo vientre. Apenas unas pulgadas por encima de su sexo, y con una monstruosidad aterradora. Y aunque Marit, acostumbrada a cejar todo intento que su cuerpo promulgase para exprimirle un par de lágrimas, reaccionó con la racionalidad de siempre, y lo intentó todo antes que sucumbir, el latido de ese amoroso asco que nació debajo de su vientre fue más que lo que nunca pudo contener. Hoy Marit se ha sentado en el sofá sin intenciones de proseguir el ritual al que su conformidad le tenía acostumbrada. Hoy Marit no es Marit. Hoy Marit ha decidido matarse. Matarse como siempre, pues, pero sin seguir viviendo.


Y Marit enjuga algo nuevo: Lágrimas frescas que brotan de sus párpados blancos, guardaespaldas de las pupilas azules que está tan harta de ver y no ver. Porque Marit piensa que uno ve sus ojos cuando los siente. Y que uno siempre sabe qué cara tienen sus ojos. Y esto -en esos veintinueve años y cientoséis días- es lo más cerca que Marit ha estado de sentir segundo a segundo. A través de sus ojos. Sus ojos mirando otros ojos. Sus ojos siendo ella misma.

Así que Marit los enjuga y decidida abre la puerta que comunica la cocina y la sala y el mundo de su reclusión invernal y calefactoria con el otro mundo que la nieve y el viento dibujan fuera de esa comodidad que tanto repudia. Marit abre la ventana y siente -SIENTE- la tormenta escurriéndose implacable por el resquicio que su deseo ha abierto hacia el interior del apartamento donde Magnus y ella transcurren lentamente hacia la muerte. Y Marit, sólo entonces, se decide por completo. Magnus habrá de encontrar alguien más con quien vivir ese lento transcurso hacia la muerte que siempre ha querido. Marit se siente libre y libertaria. Marit se relame un par de copos violentos que la nieve hace chocar sobre su boca, y resuelta se coloca en la tenue orilla que la separa de sus ganas.

Marit resopla. Marit repasa. Marit se congela las piernas, los ojos, los pezones, las ansias. Y Marit luego se lanza. Se lanza al vacío. Imposible salvarse desde un séptimo piso -se dice congruente y convencida, mientras cae -en su pequeño precipicio- hacia ese, su pequeño paraíso- y que Magnus me perdone...



Nationen, Aftenposten, Dagbladet. Principales diarios de Noruega.

28 de Febrero de 2007.

Milagro en Trondheim.


Marit Olsen, de veintinueve años, en lugar de engrosar las ya preocupantes cifras de suicidios en nuestra próspera nación, ha sido bendecida con un extraño milagro. A las 17.45 horas del pasado jueves, caída la noche, la joven Marit decidió lanzarse desde el séptimo piso de su apartamento en la calle Fjordgata, enmedio de una salvaje tormenta. ¿Cuál sería la sorpresa de esta atribulada joven, cuando en lugar de caer violentamente sobre el pavimento de la céntrica Fjordgata, su cuerpo se encontró suavemente con los casi dos metros de nieve que esa tarde habían caído sobre todo el norte de nuestro amado país?

Marit Olsen, reportan los médicos, perdió el conocimiento tras la caída, y unas horas después, al recibir la noticia de su curiosa supervivencia, se ha mantenido silenciosa en la cama del hospital al que fue asignada por los cuerpos de rescate. Salvada por la nieve, Marit Olsen ha vivido una curiosidad que pocas veces podrá repetirse.

AFP/REUTERS

1 comentario:

Anónimo dijo...

uhmmm