jueves, noviembre 25, 2010

Pedacito melalcohólico

La mía es una hora cadavérica

un reflujo de melalcoholía malograda

cierto diamante diminuto que espera en incierta gruta

Un espejismo que a sí mismo se pregunta ¿quién


coños


          eres?

 


Pero ya no me quedan muchas otras balas, no.

me informaron recién

a la hora del cardumen noticioso

que dicen que se viene una vorágine de dudas

y que invariablemente es culpa de la muerte


No sé,

mi cerebro se despierta a diario, inexplicablemente

-primero, primero que nada, inexplicablemente-


y luego

el muy hijo de puta me danza en la cabeza

repleto de un montón de melodías absurdas

empachadas de puras letras por demás insulsas...


 

¿Sabrá mi rojo corazón

del verde espasmo

de la gárgola gris petrificada

del cielo añil, boca del marasmo

o de la estúpida verdad que se siembra sola

sobre las volutas que encima se me ciernen?


¿Tendrá noción mi auténtica idiotez

de la razón de vez en vez

que el corazón se rasca

cada tarde

sobre el café recóndito,

bajo el tenedor sangriento,

sobre el cuchillo alado

hijo del bife de chorizo y el mango excéntrico de la vieja tropicalia

que también ha de morir,

uno de estos días,

quizás el mismo en el que yo también decida haberme ido?

 

Hoy horneo el pan para esas hambrientas orugas. 

A paso tímido, quieto como el hambre,

deletreo de puntitas

el camino que se mece allí delante

bailando -mambembe- hasta el hocico de las flores y de los gusanos. 

Ya no tengo más miedo que éste, y tampoco es único. 

 

Bajo la orilla entre los puentes despojado del cable del funámbulo

del estertor que es himno para todo soldadito, me sigo

me sigo, flotando

flotando, flotando me voy,

quietecito


Quietecito, quietecito me arranco el diminutivo

y así, así como muero

otro ratito


así 

así también me mato,


y me mato así,

pero también 

y también, a dentelladas, 


procuro

                casi siempre


dejarme vivo.

 

jueves, agosto 19, 2010

Brevitabundos...

No tengo idea de los porqués
-cuando menos en general-

Y sin embargo, cuando se trata de la lluvia
o de la amnesia
o de la debida consecución de la fantasía
hay algo más grande que mi dolor más grande
y que mi dolor más puro
y que mi dolor más rebuscado
que me llama
y que me obliga
que me arrastra y me domina y me parte y me rompe y me recompone

y que me devuelve, como si nada
a la misma ola.

Es lo mismo con el mar.
Del que quisiera aprender tanto, pero no lo puedo
de tanto odio
y de tanto sinsentido
y de tanto vaivén gratuito y monotemático
el ir y el venir
el ir y el venir
el ir y el venir y cuándo se acaba semejante ronda.

Aún cuando era niño ya conocía de los pechos del mundo
por mucho que se escondieran
por pequeños o por grandes
yo les sabía, pícaramente.

Hoy es el día de la ola.
El día del amor.
El día de las cosas y los vaivenes.
El día de los pechos.
El día de las locas, de las hojas, de las cosas
que se duelen fantasiando
que se nombran
que se doblan.

Y hoy, precisamente,
olvidé hace diezmil años mi reloj.

¿Tienes dónde,
tienes cómo,
tienes cuánto,
tienes horas?

Si es por mí, mándenlo todo al carajo.

Y ahí me avisas donde es,
por si al final del rato me rajo.

miércoles, marzo 10, 2010

Exabrupto catalán

En el tejido el botón
la isla abyecta que no pide nada
la hora sin rumbo y que es
-sin quererlo-
como cualquier otra
como ninguna
como las alas
tan rotas
tan oscuras.

En el botón el orificio
o el par de ellos
o la narina tímida que aspira a inhalar
y halar, con todas sus fuerzas,
esa bocanada de aire que presagia un segundo ulterior
y que tiembla
absurda y tenaz
por el simple hecho de saberse viva
e iracunda
La sabia segunda
La fría, la inmunda, la paz.

En el orificio el trayecto
-siempre el trayecto, presumido, presumible-
sendero que se siente sonido
significado para cosas tan endebles como el amor
o la semana
o el hartazgo que todos ponemos donde quisiéramos
poner las ganas
el ardor
la picana.

En el trayecto
la rota calma
el entero indivisible
la digital alevosía de no decir nada
la hora cumplida
donde uno se halla sin acudir
la frágil conjura
en la que alguno -alguna vez- entregó sus canas.

Rábidos tímidos sórdidos y empuñando la calma.
Pues sobre la calma
el delirio.

Y sobre el delirio, la nada
la antigua
la avorazada

Ya el mundo empuñó esta camisa
cobija de asombro
mantel de la risa
rebozo del otoño vejado y aburrido
alguna vez, -aquella- y TODAS, ya lo sabe
ya lo hizo

Tras la brisa
se anduvo buscando
y tras buscarse
se supo sin prisa
se dijo
se pudo
y luego nevó
y nevó
sobre la cornisa

Nunca antes Barcelona se supo tan turbia
y nunca después halló el conjuro.

Lo juro.