jueves, mayo 25, 2006

El curso del verano (Trenes minuto a minuto)

A los rieles, a los trenes, al verano, a las princesas sin cuento y a los cuentos sin princesas.


Aguijón y pétalo
diente y bocado
libélula o mosca
montaña o colina o nomás
tras lomita
de tierra aterrado
sin pudor
sin querer
nada más
nada más queriendo se quiere
y de querer cobran los trenes este verano

Aullido y fauce
polen caspa que te nieva sobre los colmillos
hay estaciones de tren como hay estaciones de frío
y de calor y de falsas digestiones
y de faldas cortas que llueven chispitas sobre cientodiez cuadras de muslos hirientes
hay estaciones que son minutos
y otras que se pintan como larguiruchas y agónicas muertes
todo por un par de estornudos súbitos
(sí, hay quien muere hasta por un mosquito -lástima-)
Están esos inviernos de moqueos
y pañuelos
o de narices rojas que a veces duelen para siempre
(aunque se sabe que ese siempre sólo sobrevive hasta el siguiente verano)
Hay memorias que se cansan del olvido -nomás por aburrimiento-
y le destierran a las córcegas un viernes
aunque vuelva en sábado
en carcajadas del exilio que reptan
agachadas y silentes -risas con dientes de mala yerba-
El olvido cree que los retornos así
duelen menos.

Es ahora el mediodía de arcoiris más inesperado
luego de un interminable sábado catedral de podredumbre
del grifo se vierte una tajada de vida debida
y tanta sed indica tiempos de cobranza
Ahí en el borde de mis veintisiete millones de pestañeos
veintisiete millones de intentos para medir la hora a rebanadas
sofreir el ajo la cebolla el estragón que tiña el corazón de la certeza
busco no más la lumbre bajo el polvo de las hiedras
evito esos anuncios en el diario de los días y las horas:
Se solicita alcoba aparentemente virginal pero enteramente turbia. Indispensable princesa guardiana. Ofrezco saciedad transitoria mediante actos sacrílegos y desinteresados que enorgullecerían a los alacranes. Informes a quienquiera que comparta un alarido.

No. Demasiadas palabras. Muy caro publicarle.
Y sin siquiera haber logrado una provocación en diez verbos:
¿Pero dónde diantres olvidé mi sangre?

Amanece entonces este solsticio impronosticable
invasor de la sorpresa
sabueso del frío y del hartazgo de carne
y de huestes vienen el ecuador y diez lunasoles intermitentes caraduras
bañándose en abrazos
que a tambor sordo danzan una suave marcha de guerra
empuñan imbatibles orgías
-trago saliva y me entrego felizmente al desastre-

Este es el estanque estacionado en el estío
donde brota esa ferroviaria sincronía
pozo recién nacido, alúd de escasos cinco meses
cinco -dice la tormenta de luciérnagas-
y mientras se acomoda su flamante peinado salino
y con cepillos por marejadas incrédulas y solistas
me llueve encima el agua de este verano que comenzó muy decembrino
sin partituras:

allegro ma non tropo con tendencias al adagio y al trémulo y al quiensabe

Improvisado como un suculento banquete de antorchas bajo reducción de mares
rabioso de tanto delirio
creciente sólo para circular hacia un suave río menguante
y luego creciente, de nuevo.

Cinco meses que debieran poder disecarse:
(¿alguna de ustedes gaviotas
sería capaz de prestarme una red para mariposas?)
Quiero momificar mi sonrisa del ahora
quiero detener la prensa la tinta los aviones
quiero un coito de papel y entrañas donde ninguno tenga prisa por pintar el estallido
Quiero doblar la esquina
del papel de la entraña de la calle
detenerme
masticar mis bocanadas de mugre de ciudad
salivar y bostezar agitadamente
un electroshock que pueda saborearme

Luego levantar el dedo como si nada
para llamar al microbús de la eternidad
y dar una vuelta sin prisa, dos, veintisiete más
con cumbias o con gritos, da igual
ventanas abiertas para el verano y sus rieles

Una vuelta más sin pagar peaje y sin destino
antes de que el último tren se aparezca
y saque de su valija la estación que siembra en todas partes
Que se lleve tanto y tanto

pero en verano
tan hermoso y cadavérico ruido merecería el calor de las orquídeas

Y
si en ese patio
dentro de ese zócalo diminuto y en ruinas
y si sobre aquella mecedora de latón
delante de mi pánico
debajo de los rieles y los durmientes
está la señora muerte leyendo su horóscopo y bien vestida
a murmullos le musitaré mi pergamino entero
(y si no me alcanza el papel o el cogote, denúncienme luego)
Intentaré confesarle todo
ya si amo mal o bien o en paz o a corcholatas y regañadientes
ya si los ojos las princesas los relámpagos o las mujeres que se visten de jeringuillas
ya si creo en mis amigos o en la siembra o en mis tenues requisitos para la hermandad
ya si lo que me cuesta más que nada es negarme
repeler
jugar al que sabe ser asesino
ya todo, yo nada: Entregaré las chispas y los escudos sin batalla
Volveré a ser niño por un solo minuto
inabarcable y veraniego: Radiante viaje sobre mi locomotora,
para morir sonriendo
y así volver
sencillamente
a ser por siempre
otra vez nadie.