miércoles, noviembre 09, 2011

Intermiedo capitalista

Lo peor de la rutina y de la esclavitud voluntaria
no son las horas piso las horas teclas las horas nalga
que involucran

No
Es notar cómo los grillos que antes me pedían prestada la boca
los dedos las manos las palabras
hoy me tienen secuestrado el corazón
y pulverizan entre sus patas todo el sentido de esas balas
las sapientes las precisas las entregadas al amor
y como las noches tan noches ya no significan nada
ni otra cosa
que un "sí maestro aquí le va su biblia de porquerías"
y un cómo demonios me duermo
si no puedo escribir nada.

Tengo un miedo como un sarcófago
y un hambre que ya no sabe de orificios
Y resuelto, de todos modos, a entregar la década
me encuentro aquí, en la agonía de las horas
desdoblando el origami de la noche en un rastrojo de cartones y periódicos viejos
-que se parece ya a la mañana-

y temo. Temo por mi hambre, por mi miedo, por mi sarcófago
y desde luego, por todos mis orificios.

¿Valdrá la pena empeñarle estos años a la vida del esclavo
con tal de hacerme de un jardín donde matar mi trayecto
o dónde envejecer (más) si esto es posible
si esto equivale a ver partir irreversiblemente a los grillos?

¿Mataré lo que me queda de poesía
en este afán por jugar el juego de los perros
y pretender ganármelo a ladridos?

Tengo miedo. Mucho miedo.
Miedo de no saber llamarle al miedo de otra forma.
Miedo de confundir, tal vez,

el verdadero miedo, con el miedo.


sábado, agosto 06, 2011

Perro-sianas para el buen comportamiento

Me he reído de los perros
lo admito

Me he reído de ellos en su cara
detrás de su cara
a pesar de su cara y con todo y ella:
Lo admito también

Pero lo que nunca hice
nunca dije
nunca pude
fue que acaso era infértil esperar sus ladridos al alba

Y no sé.
No sé que tienen el alba y los perros que siempre danzan juntos.
Es
como si tuvieran dentro del hocico
una semilla
una semilla fluorescente y ruidosa
pertinaz, insistente, incandescente e incansable
(como un despertador digital -¿o dogital quizás?-)

Sé, como sea, que algo tienen el alba y los perros.
Vienen juntos, muy juntos, demasiado
como lluvia madre de pequeños vástagos huracanes
como viento padre en proa popa pequeño momento paroxístico

Puré.

El alba trajo consigo algunos perros
Esta mañana al menos. Al menos unos. Unos vinieron.

La habitación era una nube de tabaco y ansiedad
una factura casi serigráfica para el buen comportamiento:

(Esta noche no he salido de tus brazos,
esta noche regresé inmediatamente a casa,
esta noche no fui un perro
ni de la noche
ni del alba)

Persianas de cristal que se abren todas juntas
estúpidas como rieles que se repiten
para un tren que gusta mirar el nado sincronizado
ya por la tele o porque sí.

La habitación, de todos modos,
seguía con su peste y que era toda culpa mía.

Abrí con un guiño las mentadas persianas.

Cuál sería mi sorpresa
cuando en vez de rechinar
ladraron