viernes, diciembre 07, 2007

Atrevimientos

I.

Con el perdón de los más patéticos inquisidores
me permito respirar.

Inhalar, exhalar.
Mantener las comas y los puntos
muy a pesar de que malbaraten
sabandijen
revoltijen y putifeyen las palabras
(a ellas y a sus cositas).

Será porque pa mí todas ellas son putas
-aunque no prescindibles-
pero putas, em, sí,
aunque putas gloriosas
pero putas
aunque putas. Da igual.

Ay de mis amadas putitas de charol
ay de mis recién boleadas.
¿Qué será de los brillantes espejismos?
¿Quién será el que glorifique
y signifique
a estos recién nombrados prolijos?

(Y luego quién sabrá nombrar a los cochinos primigenios, qué se yo)


Vengan pues
las lustrosas ilustradas:
y que vengan también los silencios
y las manadas.

El ruido sólo es ruido cuando aturde.

(Mientras tanto pudiera ser sinfonía
plegaria, o simple lumbre. Da igual.)


II.

Hoy no tengo miedo de nada
-y es curioso- porque siempre guardo alguno
por si hace falta.

Mas hoy no.
Hoy las olas son olas otra vez.
Y aunque me extrañe lo mismo que antes me extrañaba
sigo siendo el perpetuo disparate
que desde mucho antes
antes del frío y de los balcones herrumbrosos
me aquejaba.

Hoy no guardo caminos en los bolsillos
ni paisajes entre las cartas.

Hoy soy desnudamente inútil.
Y además
me apetece decirlo:
Pues mirarte, debo decir,
Mirarte tan mayúsculo
(y tan minúsculo)
así de frágil como miro el mundo
es para lo único
que me alcanza
esta tirada.

No tengo más puntos y aparte (punto y aparte).

Soy aquí tanto como soy difuminado.
Soy pura niebla, vida mía.

Soy la rebaba en la esquina
de cierto aluminio de cierta fragua
de cierto fuego
de cierto leño que quizás
algun sueño
ha dejado.

Soy volátil
como el alcohol y las costumbres
y errático
como el reloj y la supuesta mansedumbre.

Soy un lunático. Venga ya.
Tan prescindible como las cuentas y sus contadores.
No pago impuestos por cada miedo
ni soy filántropo capaz de donar
toda mi incertidumbre.

Soy lo ninguno, lo uno, lo necio.
-aunque sin ti- (sin ti)
al igual que contigo
-así nomás, porque sí-
me da por hacerme el que soy mucho
y el guarda luciérnagas en las bolsas
y el que alumbra lo que mira -si tú lo miras-
o si lo desmiras.

O yo qué sé.


III.

Todo a tiempo.
Buen precio.
Grande pues grande
como también la extensión
que prometía la madrugada.

Como el Ron a deshoras podría ser pastor
suave y terso rito para bautizar la calma.

Pero no.
Una voz tras el plástico
un sonido tras las ganas:
Heme aquí como un grito falaz
pero también infinito.


- Hola
- Hola, cabrón.
- ¿Quién eres?
- Soy yo (el de siempre). Y tú eres largo como tus ansias.
- Sí que soy yo, ¿cómo estás?
- Igual. El mismo. El distinto. ¿Y tú?
- Así mismo.


IV.

Mirarse siempre sirve.
Así dispensamos nuestros bolsillos
y dejamos salir de las entrañas las pestes
y las cucarachas.

Mirarse de lejos sirve mejor.
Y así el mundo corre
falto de aliento y en pleno desasosiego
y cada vez es más fácil
hacerse de un lejos y de un menos
y de un cerca y de un mejor pactar.

Tregua contra el mí mismo.
Permiso contra el ahorro,
garantía para el futuro,
retrato de la siguiente imbecilidad.


No hay zoológico de perros que
de sólo nombrarles
nos hagan menos pendejos.

Estamos
-en total sinremedio-
Encadenados
Sin más
al nosotros mismos.


V.

Pero eso sí:
La introducción debe ser siempre introducción.
Tentempié (nada de postre)
-tal vez fácil-
pero siempre
(siempre) suculenta.

Ya basta de enamorarnos a nosotros mismos
todo el tiempo y en perpetua esclavitud de nuestros antojos.

Concluir no es caricia
y mirar por mirar no cuesta nada.
Miremos.
Soñemos.
Cerremos los ojos.

Mirar dentro siempre sirve.
Y mirar fuera siempre duele
-aunque nos sirva, nos aturda, nos consuele-
ya de mucho
o ya de nada.

Aquí mejor nada.
Aquí arrullo.
Acá colchón de franela
Allá vértice y vórtice de los pájaros añejos.
Más allá la tormenta de insectos,
el aullido de nombres

Y
tras bambalinas:
las Palabras.
-meretrices-
nos consuelan.


Y aunque en el tránsito de amarlas nos perdemos
y aunque los peros hagan aunques
y aunque los aunques hagan peros
Aquí nomás nos arropamos.
Nos envidiamos.
Nos tenemos.

Todo para que luego
sin permiso
ni nada
todos -pero (aunque) más bien cada uno-
nos volvamos polvo.

Pues polvo somos
y en polvo
-me temo y
no me temo-

acabaremos.

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