tenemos de todo
joven
de todo hay
de todo se puede
usté
nomás
despreocúpese
para todas las vistas tenemos
doble y triple y cuádruple
no importa
para todo tengo, para todo doy.
El amor ¿qué importa?
el amor es una palabreja inesperada: siempre.
Algo prescindible, seguro, tramoya malograda
y ya está
No importa ni cuánto, ni qué, ni cómo
da lo mismo el hambre y sus artilugios:
Diosa la gramática, diosa la semántica, diosas las ganas y los impávidos terrores: Diosas nada.
El temblor se termina donde el vértice de la mordida amorosa empieza, no más.
Nadie quiere quitarle amor a ninguna cosa: Sólo hace falta morder y desmorder para desmoronarse
impávidamente
y hacerse entonces humo.
Nadie tiene prisa por ser nada: Nadie.
Todos quisiéramos significarnos con el hambre de cualquier cosa.
Y ni el hartazgo es suficientemente culpable, no. Seguro no. Por dios que no.
Sólo me queda el hambre, y el hambre no sabe llover: ¿Qué entonces?
Terruños de amor y de esperanza, sin más. No vale el hambre contra el hambre, ni contra el frío el frío.
Hénos entonces deshechos. Eternos y sempiternos. Sembrados sin respuesta.
Y shhhh. Todo se ha ido.
Sin más.
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