Para N. y sus cinco saberes.
El primero:
Empieza por cargarte en brazos
hasta el colchón nuevo y reluciente
aún entre sus dos manchas.
Sin jadeos
Sin trastabillar ni un instante:
Eso es amor, porque es protección.
Y proteger es imprescindible.
El segundo:
Decírtelo todo. Por oscuro que parezca.
Por terrible que resulte.
Llevándose a cuestas las víctimas
los daños colaterales
y los perros aplastados en la carretera.
Eso es confianza.
Y es amor porque es confianza.
Huela como huela.
El tercero:
Tomarte de la mano, tranquilo.
Soltarte la mano, tranquilo.
Verte partir en un avión de calidad cuestionable, tranquilo.
Esperar a que me busques, tranquilo.
Hablar contigo, tranquilo.
Dejarte ir, dejarte bailar, dejarte sin mí, tranquilo.
Eso es lealtad y es amor.
Y lo es porque no existe el uno sin el otro.
El cuarto:
Olvidarte tras quince minutos.
Y no: No OLVIDARTE, por completo.
Simplemente dejarte de saber.
Dejar de adivinarte. De predecirte. De recordarte cerca.
Intuir a lo que hueles, sin saberlo de cierto.
Recurrir a lo que agencio y atesoro, pero quedarme en el umbral.
Y no sentirme ni lejanamente mal por no saberte toda.
Ni tenerte toda. Ni dominarte toda. Ni ser dominado por ti
todamente.
Eso es laberinto. Y es amor. Porque la alternativa es
sin más
la primera y más dura causal del aburrimiento de la que se tiene memoria.
(razón para prender la tele, por ejemplo).
Laberinto, pues. Laberinto sin hilos ni señales.
Amor.
Amor, pues.
El quinto:
Cutzamala.Sin más.
La cascada de guiños.
El río inagotable de la complicidad.
Lo que sólo tú y yo sabemos.
O sabremos.
O debiéramos guardar.
Esa bolsita pequeña que no has terminado.
Para guardar tu celular y mi pequeña y diabólica maldad.
La de mezclilla.
La que tú y sólo tú sabes.
Cutzamala porque es que brota como el agua
potable
sobre el tubo
dentro del tubo
bajo el tubo interminable del laberinto
protegida
confiada
leal a su cauce.
A su causa.
Cuenca coludida conmigo. Contigo.
¿Cómo no amarte con cada cosa de éstas?
¿Cómo parar?
Pasando lista seguían allí las cinco cosas.
¿Podrías repetirlas por mí?
Cada quince minutos decido olvidarlas.
Y sí.
Es básicamente
para que me las recuerdes.
Y proseguir.