La mía es una hora cadavérica
un reflujo de melalcoholía malograda
cierto diamante diminuto que espera en incierta gruta
Un espejismo que a sí mismo se pregunta ¿quién
coños
eres?
Pero ya no me quedan muchas otras balas, no.
me informaron recién
a la hora del cardumen noticioso
que dicen que se viene una vorágine de dudas
y que invariablemente es culpa de la muerte
No sé,
mi cerebro se despierta a diario, inexplicablemente
-primero, primero que nada, inexplicablemente-
y luego
el muy hijo de puta me danza en la cabeza
repleto de un montón de melodías absurdas
empachadas de puras letras por demás insulsas...
¿Sabrá mi rojo corazón
del verde espasmo
de la gárgola gris petrificada
del cielo añil, boca del marasmo
o de la estúpida verdad que se siembra sola
sobre las volutas que encima se me ciernen?
¿Tendrá noción mi auténtica idiotez
de la razón de vez en vez
que el corazón se rasca
cada tarde
sobre el café recóndito,
bajo el tenedor sangriento,
sobre el cuchillo alado
hijo del bife de chorizo y el mango excéntrico de la vieja tropicalia
que también ha de morir,
uno de estos días,
quizás el mismo en el que yo también decida haberme ido?
Hoy horneo el pan para esas hambrientas orugas.
A paso tímido, quieto como el hambre,
deletreo de puntitas
el camino que se mece allí delante
bailando -mambembe- hasta el hocico de las flores y de los gusanos.
Ya no tengo más miedo que éste, y tampoco es único.
Bajo la orilla entre los puentes despojado del cable del funámbulo
del estertor que es himno para todo soldadito, me sigo
me sigo, flotando
flotando, flotando me voy,
quietecito
Quietecito, quietecito me arranco el diminutivo
y así, así como muero
otro ratito
así
así también me mato,
y me mato así,
pero también
y también, a dentelladas,
procuro
casi siempre
dejarme vivo.