Ha sido otra de esas madrugadas de hule
que se distienden y estiran como cualquier otra fauce nublada
Y yo hablando a dedo abierto
a mano desparpajada
y a corazón que ya no es ni el sarape de sí mismo.
Canciones gelatinosas y edulcoradas
y visitas a los templos -también frágiles- de los otros
son otra vez las furibundas guías
de este nuevo y olvidado acto de escribir
ya el sopor de sangre que respiro esta noche
ya las ciudades furtivas
ya las muertes esperanzadas y jazzísticas
ya las roturas de Mario o las necedades de Juan
ya las brochas, ya las escaleras
ya las similitudes funámbulas
ya la falta de puertas, o la falta de ventanas
o ya los temblores de las ciruelas
o los recordatorios del olvido
o la tos, esa tos, siempre tos, y siempre candidata al exilio
y que duerme junto a los pelillos laberínticos de mis sueños.
Una noche que es vuelta al mundo
y en que nuevamente estoy sentado aquí, ahora, en la eternidad
con el aliento asfixiado
y lleno de palabras desparramadas desde lo alto del globo aerostático
que saltan como riachuelos burlones
hasta esa ninguna parte que acaban siendo todos
los que amo o detesto. O los que amo y detesto.
Da igual.
Y me pregunto si esto de leer
y esto de dejarse leer
y esto de sentir que leyendo uno realmente revuelca su fragilidad cristalina con la del otro
(cascadas de astillas, sean turbias o calladitas o iracundas)
es porque así es
o es porque soy yo
o es por la música
Me pregunto, otra vez.
Y de nuevo carezco de respuesta
(Es demasiado tarde para borrar lo que he salpicado por todas partes)
Pero los saludo a todos
desde mi necedad o desde mi lucidez
y les agradezco que asomen la cabeza
y los ojos, esas lámparas quebradizas,
para mirar hacia ningún lado
o para ser mirados
pues
al menos esta noche
de un dulce mirar seréis alabados.
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