domingo, abril 24, 2005

Un jazz silencioso.

Un contrapunto para la poesíajazz de un buen amigo.

Escuchando Jazz.

El jazz es reposar en medio del mundo, esperando la siguiente ola. El jazz es un juego entre niños pequeños: una inútil competencia para encontrar alguien que hace mejor una igualmente inútil cosa.

El jazz es un vaivén. El jazz es una vil y vulgar onda. Sube y baja, entra y sale. El jazz se mide como todas las buenas cosas: solo permite dos posibilidades. Ya sea adentro o afuera. Ya sea arriba o abajo.

El jazz es como las marejadas. Binario: O cero o uno. Nunca indistinto. O sonido o silencio: nunca pacífico. El jazz siempre es una buena canción: No permite el aburrimiento.

Cada vez que escucho jazz, me veo a mi mismo en la orilla de cualquier playa irreconocible. Siempre esperando otra y otra más. Siempre la siguiente ola. Siempre intranquilo ante el próximo movimiento. El jazz no concede treguas. El jazz es implacable.

Cualquier idiota que se aburra oyendo jazz es porque no tiene paciencia. El jazz es el Mesías de los desidiosos: siempre salva la noche que a nadie le importa. Siempre se hace notar donde nadie apuesta por su presencia. El jazz es como esos mitos. El jazz es como esos dioses.

Yo trato siempre de abrir los brazos para provocar que su llegada sea más cómoda. Yo trato siempre de entender el ritmo de sus indiferentísimos pasos. Al jazz normalmente no le importa. Solo le es imprescindible llegar, sin importar cual sea el resultado.

El jazz jadea muy por encima de los músicos. El jazz existe muy a pesar de ellos. Y aunque ellos traten de domarle, y aunque ellos fallecen muchas veces en el intento, el jazz no se inmuta. Persiste. Traza enormes y duraderas continuidades.

Pues el jazz sabe callar, y lo hace bien como pocos. Calla y calla para engendrar muy silencioso su expectativa. La germina respetuoso en su intérprete. La trasciende con incredulidad en su escucha. Y luego reencarna.

El jazz es simple como la próxima ola. El jazz es la música que todos esperan. El jazz juega con nosotros tal y cómo sus músicos juegan con él. El jazz nos domestica. El jazz nos hace libres.

El jazz es un nido de pequeños pájaros dormidos. Despiertan uno a uno. Despiertan todos. Vuelven tranquilos al sueño. Tarde o temprano alzan el vuelo y jamás regresan.

El jazz es la metáfora perfecta de la existencia: nace, crece, enamora, pierde, descrece y muere. Es feliz solo por un momento. Sufre solo al desencantarse y al morir. Persiste todo el resto del tiempo. Es inmune a las ganas de ser.

Y es que el jazz es miedoso. No puede ser tan no-humano como todos quisieran. Sucumbe a la tentación. Sobrevive las traiciones. Persevera.

El jazz tiene solo una posible escapatoria: Sobrevivir su vano origen y trascender a sus amantes. Pero como toda buena creación humana, es completamente incapaz. Y por ende, es merecedor de su digno encierro. Que no se queje. Que no se atreva a llorar. Que simplemente siga sonando.

2 comentarios:

Lahetaira dijo...

El jazz suena impredecible con su regularidad despiadada en cada playa que puebla los sueños de escuchas perdidas en ojos y caras que lloran pensando que detrás del silencio... tal vez... sólo quizás... podría haber habido algo alguna vez.

Anónimo dijo...

gracias mihermano, así suena el jass, y así lo expresamos.
un abrazo