viernes, septiembre 12, 2008

El fin del mundo

Para todas las declaraciones de odio, amor y perdón que quedarían pendientes.

I.

El acantilado que se cierne sobre el vértice de tu pubis
y el de todo lo que más abajo llueve por temporadas.
Las laderas parietales de tu carne o tu cintura impertinente.
El prado de tu coño intenso, el altiplano del pezón adusto
o la ferroviara y mordiente carne que va de tu cabeza
a tu locura.

La calma, la lánguida, la estúpida.
El silencio innecesario.
Las marejadas de angustia que provoca el callarse por pudor.
Una tormenta de adjetivos adelantados
o una lectura magistral de cualquier pendejo.

Las horas malgastadas antes de besar la muerte,
las copas vacías
los vasos medio llenos o medio no llenos: las peores caricaturas.
El cliché. Cualquier cliché. Incluso el del nihilismo.

Porque no se puede ser nihilista viviendo en un castillo,
(con el perdón de Ciorán y los demás)
Ni tampoco es posible rezongar
cuando lo único que falta es saber dar un grito.

La falta de gritos. La tibieza.
La insulsa y falaz sensación de completud.
La también falaz preferencia por escribir "complitud" en lugar de "completud".

La nostalgia sin motivos.
Los relojes de arena que no se terminan.
Los finales malos. Los principios buenos.
Los finales muy malos con principios muy buenos.
Los finales, a secas.

Las medias horas. Las tintas indelebles.
La democracia que me causa tanta tanta
tanta
gracia.

La rima que me persigue cuando es debido.
Las ganas no resueltas de escribir un buen tango.
O -venga pues, la rima-
el dolor acidulado de revolcarse en el fango.

El horror. Lo que ocurre en la realidad, aunque sea inexplicable.
La añoranza. El echar de menos. Los extrañamientos.
Algunos momentos incómodos por el simple hecho de ser momentos.
La brutalidad. La bestia sin causa. La causa justa y que carece de bestias.

El músculo per se. La racionalidad a ultranza.
El misticismo que mejor ignora todo lo demás que no sea a sí mismo.
Un acostón sin buenos días.
Unos buenos días sin mañana.
Una mañana sin domingo.
Un domingo sin próximo domingo posible, ni siquiera entre las ganas.
Unas ganas sin siquiera
un acostón.

Vivir muerto.
Vivir medio vivo.
Vivir sobreviviendo, sin vivir hasta el carmín, hasta el ojal, hasta el ombligo.
Desvivir, así nomás.
Amarillo huevo del color de cualquier retirada inexplicable.

II.

O
no poder llorar.

Eso sí que se le parece -debo decírtelo-

Desgañitarse de insultos en un puto semáforo
para luego poder permanecer impasible ante la injusticia.
Masticarse la vida entre la burguesía juiciosa que tampoco
tiene juicio propio.

La pobreza sin noción y sin remedio.
El ocio sin banderas. Las banderas sin dueño.
Los dueños sin propiedades que no sean de humo.
El humo sin bocas que lo soplen, ni anafres que lo encaminen.

La levedad -soportable o insoportable-.
El "no ser" como única consigna.

Usar sombrero porque sí. Dejar de usarlo porque nomás no.
Apoltronarse en la vanidad reafirmatoria.
La vanidad reafirmatoria de escribir la palabra "apoltronarse".

Reafirmarse en la pereza.
Zozobrar -no- mejor la mismísima zozobra.
Un perro faldero que no sabe ladrar.
Un perro bravo atado sin remedio a una antena de televisión nacional.

Un velador sin cigarrillos.
Un cigarrillo sin boca.
Una boca sin otra boca -ni siquiera la suya, la propia-
Un castigo sin motivo y que nadie cumple.
Cumplir por puro castigo, pagar con la cara y con la boca,
desbocarse, literalmente, para luego morir.

Morder lo menos.
Ladrar lo más.
No más.


III.

Todo eso, amor desconocido amor impávido,
todo eso es nombre y apellido para el fin del mundo mío.

Todo eso, y no dios,
ni mucho menos los aceleradores de partículas que
-dichosos ladradores mordelones aseguran-
están a punto de comerse el universo entero (¿quién los viera?)

Todo eso y no Tatiana, o Camila o sus hermanas.
Todo eso y no la princesa ni tampoco las demás princesas,
ni las reinas de espadas y de corazones,
ni las múltiples asignaturas inacabadas
ni tampoco la perenne falta de cojones o la nobleza del mentir
por buena causa.

Eso. Esa oquedad.
Esa letanía de enunciados que dibujan lo mediocre.
Esa. Y todas las demás.
Las que se te ocurran ahora. Y aún más.

Eso es, verdaderamente, el fin del mundo.
Como lo es el no poder arrepentirse si se acaba mañana
por la mañana
o antes del almuerzo
o ya muy tarde, con los ánimos viejos
y toda esa carne apelmazada en los párpados.

Es el fin del mundo -dicen-
Es regodearse en lo fortuito. Es revolcarse en lo malhecho.

No poder decirlo bien.
No poder hacer en lugar de pensar.
No poder haberlo hecho, mordido,
sabido.

¿Qué nos queda si no reconocer, entonces,
lo fútil que resulta quererhaberhechootenidohuevos,
para además añadirle lo que sigue y lo que pase luego?

Pero si es el fin del mundo, carajo.
Es el momento que no tiene luegos. Es el San-Se-Acabó.
Es la ventana frente a la que no pasará más nadie.
Es la no ventana.
La nada.
El no apocalípsis y la explicación que inutiliza cualquier plegaria
y cualquier ruego.


IV.

Quisiera arrepentirme, te digo.
Poder tener lugar para ello.
Sobrevivir al agujero negro que se comerá toda la poesía escrita
y la hecha
y la vivida
y la pensada para una posteridad de lo más postrera
y que también será engullida
a la postre.

Quisiera dedicar otra palabra a este propósito
y quisiera seguir enumerando las mil formas
en las que el mundo a diario deja de ser mundo.

Pero la urgencia de las circunstancias me está jalando la pijama
con las puntas de los dedos.
Apenas vino a sugerirme que me calle.
Y a la urgencia hay que escucharla siempre,
para no terminar con los pantalones empapados
y las historias desiertas.

Dice la urgencia que mejor me calle.
Y eso hago. Y dice que te busque y que te halle,
y que te encuentre, y que te bese y que te muerda.
y que te pruebe "pero ya"
y que te engulla si es posible
y que ya pa luego es tarde.

Dice también que no hay más tiempo:
Que porque el mundo se termina, cuando menos,
el próximo martes.

O como dijo ese escritor tan "banal" pero que tanto sabes que me gusta:

"Ya está de noche". "Mejor nos regresamos":
Y es que "se está haciendo tarde".

viernes, agosto 15, 2008

Herida sin herida.

Alguna vez pensó que se trataba del aroma. Un olor que no dejaba espacio para ninguna otra cosa. Una peste suculenta. Una delicia abotargada, inmensa, hinchada de tanto espacio, henchida de tanto dolor. Dolida de tanto henchirse, hincharse, hacerse a un lado. Aunque claro: él realmente no sabía explicarlo. Y es que no sabía explicar nada. Se movía en automáico. Se sabía acostumbrado a muchos siempres.

La vida -por supuesto- no le dio tregua alguna. ¿Cuándo se ha visto que la vida -o esa abstracta ocasión a la que llamamos así- se haya conmiserado de cualquier pelagatos? Pelafustán. Pelmazo. Pelele. Tenía nombres para todas las cosas -y sin embargo- no le alcanzaban los huevos para nombrar amor al amor, o deseable a lo deseable, o cariño a lo que fuese cariño. Al menos no en público.

Transitó -sí- y tampoco hay que ser tan crueles como para no admitir que no lo hizo desapercibidamente. Dijo lo que dijo cuando tenía que decirlo -ni antes, ni después- como también sucumbió ante sus propias temblorinas: Ay, que si no quiso amar como quien ama de a de veras. Ay, que si no quiso jactarse de ello. Claro que sí. Él era tan débil y tan fuerte como cualquier artilugio.

Y pecó de pesadumbre -o lo que es lo mismo- nunca tuvo los huevos suficientes para una omelette hecha y derecha. Se pandeó para no poder. Se pudo para mejor no pandearse. Se mejoró a sí mismo -según él mismo- para no preguntarse nada más.

Y pecó de lo mismo que todos: Incapacitado para la ficción, creyó que sabía algo más que los demás. Aunque en el fondo se equivocaba: Era una más de las momias que se arremolinaban sobre el laberinto de la nada ficcional tragedia de vivir. Y por más que se esforzaba, terminó por estar tan postrado como todos los demás: Carente de una historia que decir. Atado por las ganas de contar. Cuantioso como largas eran las cuerdas que le sujetaban las muñecas contra ese viejo potro de torturas, albuminoso y seco, y que tanto y tanto le seducía, mirada tras mirada.

Es que si yo fuera, es que si yo pudiera, es que si yo supiera decir lo que no existe -se decía consternado y triste- la vida cambiaría de color.

Y sin embargo, nunca supo gran cosa. Siempre se quedó igual. Todo el tiempo fue él mismo: carente de futuros, sí, y por lo tanto engarrotado en sus presentes. Uno más de los torcidos. Uno menos que contar para el equipo de los muchos. El que nunca existe pero tampoco duerme.

No cuesta nada callarse un ratito. De verdad. Parece peor de lo que resulta, y nunca resulta nada de lo que parece. Hay que saber dormitarse las heridas -creo yo- pero mucho más importante resulta dejarse despertar por las salientes.

Buenos días a la pijama, a la hora, al reloj y a los oyentes. Antes fue un día de princesas. No más. Hoy no estoy yo, no estoy solo, no estoy más. Hoy me rindo. Hoy canto loas para los durmientes. Hoy sucumbo, no parezco, no soy, no resulto. Dormito. Y luego persisto. Y luego vuelvo a dormitar y luego

nada.

Ya te me fuiste. Ya no estás. Estás muerta. Nada va a regresarte. No puedo hacer más. Y no me puedo quejar. No puedo. No decir nada.

Callarse. Hasta no escucharte más.

Morir contigo.

Y resucitar.

jueves, julio 31, 2008

Fuera de lugar.

El verano de la ciudad no conoce dioses ni meteorólogos. Todos lo saben.
Julio aquí, es sólo un nombre. Un nombre de hombre y un nombre para un mes particularmente lluvioso.

Escucha: Hoy es el último día de Julio en esta ciudad sin nombres (para sí misma).
Y Julio (el mes), realmente se escribe con minúsculas. Aquí se le llama julio, sin mayores pleitesías. Y es que en julio llegan muchos de esos pocos viajeros que se atreven, realmente, a venir aquí. Y causa cierta ternura mirarlos caminar sobre las aceras de Reforma (esa sí con mayúsculas), enfundados en sus tecnológicas sandalias, y cubiertos de repelente solar, mientras beben temerosa y únicamente, el agua embotellada y "segura" que recomiendan sus fieles manuales turísticos.

Claro que no todos son iguales. Ni tampoco llegan todos en julio. Pero es justo en ese lapso -tan breve como inmensas son sus lluvias- cuando más y más perdidos llegan directo al corazón de esta ciudad que no conoce de misericordias, y cuando claman esa piedad que cada vez existe menos y a la que le importan poco los sombreros, las sonrisas o las buenas actitudes. Y es que, en la ciudadela de mitad de julio, llueve lo mismo y duele lo mismo y sabe a lo mismo toda aquella despojada indiferencia que significa el ser paupérrimo y olvidado. Y es más: aunque me duela admitirlo, cada vez importa menos si la miseria está empapada por las lluvias de julio, o seca y sedienta como lo está durante los calores del marzo inmisericorde. Let it be springbreak or summer vacations or holidays or whatever. El corazón hospitalariamente frágil y frágilmente falso que solía mantener viva a esta ciudad de chapopote, hoy se está muriendo lenta pero inexorablemente.

Y no es culpa de nadie en realidad, cosa que lo hace aún más triste. No es cuestión de si Marcelo o sus contrarios. Ni tampoco es cosa de los viajeros o de los habitantes. Y es que, aunque esta ciudad ha persistido viva en medio de un mundo que se muere, hoy ya se puede prever que es sólo cuestión de tiempo para que su enésimo transplante de corazón de hierro y alma de latón sucumban, finalmente, ante la seca y terca homogeneidad de eso que algunos llaman "el mundo". "Lo global". El alma imberbe y facilista de "lo cosmopolita". La condena kafkiana. El castillo. La inevitabilidad de hacerse "de la vista gorda", y sucumbir ante los estereotipos capitalizables.

Tengo 29 años viviendo -directa o indirectamente- en esta mismísima ciudad. He visto irse y volver a casi todos los que me rodean. He visto también irse a algunos para siempre: Ya por obra de la muerte, solemnísima serpiente engullidora de futuros, o por obra de la suerte o del pánico o de cualquier otro motivo siempre mejor: aventureros que hallaron el amor y la fortuna en otra parte, ascetas que están siempre bien en donde sea, escapistas que se libran de la mala fortuna con un poco de encanto, sonrisas y mucha paciencia. Les envidio -y no- a todos ellos.

Yo, afortunada o desafortunadamente, persisto en esta ciudad que vive muy a pesar de que se muere. Como todos. Permanezco. Pervivo. Recibo juicios tanto como los doy:

- Ey, güey, es que tú eres un resentido social. Te cagan todos los que se han marchado como tú nunca pudiste.

Y me callo. Y asimilo la parte verdadera tanto como destilo la ponzoña de la otra parte, más que falsa, de semejante aseveración.

- Es que cabrón, ¿cómo puedes saber tanto del mundo sin haberlo pisado nunca? ¿No te cansas de vivir el mundo a través de libros y almanaques?

Y me sigo callando. Y recibo la puñalada mordaz de esa realidad que sé que me duele tanto como me adula. Y mantengo la vista firme en mi horizonte, mío, que es igual al de todos. Porque el horizonte es fantasía. Y no sólo eso: es fantasía renovable. Se hace más grande o más distinto conforme se camina. Y, contrario a los que juzgan, yo sé que sí camino. O al menos giro el cuello y me transformo. Me sé mutable y me divierto con ello. No he estado siempre en el mismo lugar ni frente al mismo camino.

- I just don't get it, dude. How come you fucking speak english the great fucking way you do. I mean: you can even fake your own accent. Yo go from latino to new yorker to southern to jamaican to british to generic fucking asshole in no time. Hell man, you can also make all these clever ans stupid jokes as much as you can play like you're a dumb fuck that doesn't get them. Don't play fucking games with me, you fucking wanker fuckhead. I'm sure you've already gone around the block, and you're just faking it all so you can play with our fucking drunk-ass minds...


Then I could play dumb and pretend I didn't get that, but fuck man, it is a true friend with a true peda and a very logical accusation. No me puedo hacer pendejo, pero tampoco debo mentir. Y no porque me pese moralmente, sino todo lo contrario. I don't fucking know how the fuck i got this far without going anywhere. Y no me da pena tu puto dilema. I'm here. I've been here all along. I'm a sitting duck in a fucking war zone. Y no estoy orgulloso, sino todo lo contrario. I feel fucking lost. And it's not good to feel lost in the very place you've been for your entire life. ¿Entiendes?


Es julio. Es julio con minúsculas. Uno de esos meses en los que siempre llueve, todos los días. Un mes que odio y que -últimamente- se ha esmerado para que lo odie más. Quince días terribles y maravillosos. Aura y su recuerdo. Frank y su vuelta al mundo. Sam y Natalia, yo y mi trabajo abandonado. La lluvia y su recordatorio de los paraguas. Qué se yo. Todo al mismo tiempo.

Pero también, es el último día de julio. El día en el que todo se va junto con el agua sucia de los trastes y la lavadora. El día para terminar. El día para no seguir. El día para guardar silencio en mitad de la capital más ruidosa del mundo. Para escuchar su corazón de chapopote. Su corazón que agoniza. Mi corazón. El corazón de todos. Y de ninguno.

jueves, julio 10, 2008

De la lluvia y lo fortuito

Para S.I. , la cumpleañera.

Decía el gran cocodrilo
que uno se cansa de ser Dios.
Y decía
también
que uno se cansa de llover sobre mojado.
Decía entonces
luego de tanto hartazgo
que sólo existía la lluvia
lluvia
lluvia.

Y claro. No soy quién ni soy nadie.
Al menos no cualquiera que se sienta capaz de desdecir las lloviznas de los otros.

Yo soy yo y mi circunstancia
aunque también yo soy mi hambre.

Y maldigo y bendigo
y desdigo y hago míos los asuntos de otros
y las viejas y las tardes.

Soy, sencillamente, un asco de cabrón.
Un vil otro mequetrefe que hace suyas las palabras que son putas
y sí: por sobre todas las cosas, putas.
Y que no le merecen respeto a nadie.
Yo soy ese. Soy el peor.
Soy el que no sabe.

Lo malo (del asunto)
es que en este andar dispuesto
hay diez mil cosas que valen.
Vale llorar
Vale quedarse
Vale todo, de verdad, siempre que insista y que te llame.

Vale una boca de pintura
No: Vale tan solo la pintura.
Olvidémoslo todo pues aquí viene trotando la hermosura

y sin más

sin nada

No otra cosa que no sea ella misma.

La boca bella. La sonrisa. El tiempo invertido en tantas horas de pesca
para que todo
TODO
se reduzca a un par de labios
-probablemente ansiosos de cualquier cosa que sea más que simple deseo-
y que rompen como olas en el dique no verbal del infortunio.

Hola. ¿Cómo estás?
¿Cómo podría descifrarte?
¿Cuándo es que se juntan otra vez los nombres, las canciones y los delirios,
en otro once de julio, en otro lunes
o en otro martes?

Tu nombre, como tu boca, como tu tiempo:
Todos podrían decirme de tus ganas de ser amada
con la misma fragilidad que supone ser viento.

Pero yo no sucumbo. No, al menos, ante tu nombre de luna
ni ante el eclipse
ni ante el miedo.

Yo miro más allá.
Miro donde nadie ha mirado.
Miro donde ni sus tripas se lo han permitido.

Y miro mientras miras que te miran todos:
todos -siempre-
mirándote lo menos.

Lo menos importante.

Miro y miro y remiro otra vez.
Es el once de Julio de milnovecientosnoventayuno.
Con el eclipse más magnánimo que nos habrá de tocar en nuestras vidas
tu, diosa del quiénsabe, ocultas al Sol para ocultarte luego.

Y lo es. Y sucede. Y nos encontramos decenas de años después,
otro Once de Julio.
Otro día en que te eclipsas bajo el miedo,
aunque lo sepas todo.
De antemano.

Pero lo sabes.
Sabes que tu nombre
no es sólo el nombre de la luna
o del martirio.

Sabes que sabes demasiado,
y que te encuentras cansada de contarle tus historias
a quienes no entienden de alardes.

Sabes mucho.
Sabes tanto como quieres.
Quieres todo.

Y todo es sólo lo que todo significa
aunque también todo es tu piel cuando dice y dice
hasta hartarse.

¿Crees que no veo más allá de lo que veo?
Lo sé.

Lo sé todo.

¿Cómo hacerte entender...cómo explicarte?

Ocurre el amor como ocurre el eclipse.
Eclipse tácito implícito,
amor que se duerme entre los callos de lo que ya nos hizo daño.
Precaución.

Silencio.

Silencio entonces.

Silencio para ti, para vos, para nosotros.

Silencios porque entonces habría ruido.
Un ruido insoportable.

Unas ganas insalvables,
incapaces,
indómitas
e inamovibles.

Todo eso: Eso que con tu gran cerebro de 2433 centímetros cúbicos, ya sabes.

Y yo, con el mío
quizás pequeño,
también lo sé.

Demasiado peligro. Conviene resguardarse.


Y aún así te digo hola.

Te digo "quién sabe".

Te digo "luego".

Te digo "no te calles".


Porque de hablar ya estoy maltrecho y cansado y pusilánime.
Pero de ti, la cumpleañera, aún no sé nada. Y no pienso errar hasta callarme.
Y que sea, pues, lo que sea.

No hay mal que dure 100 años -eso seguro- pero, piensa: No hay bien, tampoco,
que aguante 6 -o más- tardes.


¿Vamos,
o nos quedamos?

¿Vienes, o te quedas?

martes, abril 15, 2008

Quince minutos

¿Qué sería del hombre
sin su cara de hambre?
¿Qué sería del hambre sin la herrumbre
o qué sería la herrumbre sin su olor de mandíbulas
anzuelos
y carne?

¿Qué sería del futuro sin las viejas pijamas?
¿A qué olería la franela
sin sus muelas y sus pérfidas tramas?

Algodón el anzuelo
las sirenas, las mucamas
Floriturbio el consuelo de los ecos sin ventanas
de las rimas, los hidalgos insulsos
y de todos los poetas enlodados de ambición
pero desnudos de palabras.

Ah, y la rima estúpida:
tácita frenética
súbita y esdrújula
¿Qué sería de los párrafos sin huecos
o de los huecos sin sus faltas?

Mi cama es un andamio de espejuelos donde invoco a los que muerden rabiosamente
empuñando entre las fauces ciertos colmillos que no alcanzan.

Hoy es un día de miraflores
gruñidos rengos
morenos hombres los que venden rosas a quien no las quiere
y bocas monumentales que abren camino a la alborada.

Amanece ahora mismo:
hoy es el día de mañana. Ayer.

Estertor vidrioso, canica ensimismada, recuento del abismo:
el mismo abismo
de anoche
la noche que empuja
y el hombre que insiste en que le compren unas flores:

- Ándele joven, para la reina, para la dama...-

No señor. No compro flores.
Y es que de flores me rebosan las semanas.

A mí los reinos momentáneos
y las épocas y humores:

Yo soy ayer
ahora
y mañana lo de siempre.

Yo soy hombre pues soy hambre
y soy herrumbre al final de cada hora.


Quince minutos después, te compraré unas flores.

viernes, marzo 07, 2008

Favor de no editar...publicar...toser...sobrevivir...

Si tuviera constitución sobre la que jurar
o amor que mereciera decir cualquier cosa
lo haría. Juro que lo haría.

Ya no se trata de la danza inoperante de subir hasta la ibero
y más allá.
Ya no es que importe si la avenida de los poetas
es calle o es calzada
o no es ni la una, ni la otra.

Ya no importa nada. Y nunca ha importado, si se le mira bien.


No es mi fragilidad nunca denunciada
pero siempre descrita.
Ni tampoco es la fragilidad de eso que se suele llamar el mundo
ya sea el de constituyentes esquina expansión
o el de televisa doña fe santa fe grandiosa e incongruente mierda muy operativa

Ya no importa nada. Y nada importa cuando alguien que sí importa
lo rebaja todo a un enunciado de locura
adicción
perdición y falta de finura
desprecio eterno
sangre funesta que nadie lame y que nadie quiere
pero que todos
en puestos de periódicos y locales cerrados
lamen mientras pueden y les basta el estómago.

Bah.


Imagina que ese cielo que conoces
que siempre lee y que casi siempre te respeta
un día se levanta medio ajado
oblicuo y ajeno: vaya, digamos que emputado.

E imagina que ese cielo que casi siempre te responde
te abraza y te cuida
y se te apiada
normalmente y (no, lástima jamás) casi siempre te propone
un día se levanta otra vez y otra vez
y otra vez
y a la tercera o la quincuagésima
te mata y te abandona y te dispone sin más
vieja lata de jugo júmex: Tú no perteneces aquí (flechazo al corazón)

Y ya. Luego imagínate nada.
Todo negro frente a los ojos, frente a la calma
las horas
todo
sin terminarse todo, lo demás se acaba.


¿Se podría despertar de nuevo?
Sí.
¿Hablaría nuevamente la bestia?
Seguro.

¿Volvería el mundo a ser el mundo?
Es dudable. Pero no imprescindible.


Me dejo "hacerle al hortelano"
porque es todo lo que tengo.
Escapatoria, reintegración, camino.
Camino dentro del camino.
Historia dentro de la historia.

Hace muchos (pocos) años aprendí
a no pedir perdón por mis memorias.
Y logré ser cuando lo puedo
y vivir cuando me lo deja hacer la historia.

No tengo disculpas para mí ni para nadie.
Este chapultepec me lleva hasta acutzingo
santa fe
y luego hasta el regreso que me deja ser solito
y sin vivir para la gloria.

¿Nos vamos juntos?
O no.

A quién le importa trotar
cuando a lo lejos
se ve
y casi casi
se puede lamer
cada vuelta y vuelta y vuelta
que nos lleva a dar la noria.

martes, febrero 26, 2008

Lágrimas (y más lágrimas) pal cocodrilo (1999)

Para Efraín Huerta. El más grande poeta que ha dado México.


Cielo

O nubes

O estrellas

O jardines y sus obvias flores

piel cáustica

amor y su obvia pesadumbre

Revolución.

Esa

savia y raíz de tu palabra,

cocodrilo de prodigiosa estirpe

humilde amo de tus dominios y deseos

humilde amo de la carne grieta y surco

y de sabores ominosos

alados placeres del que llamamos

hombre

esa

resultó ser tu insignia.

Sombrero en mano y corazón tiritando,

Nos inclinamos frecuentes

y solemnes

ante esos tus tan tuyos versos

y ante tu muerte

y ante esa luz vegetal y dionisiaca

que ni tu verbo engendrante logra contener

Reverencia

ante la fuerza energúmena de tus ojos extintos

iluminando el ahora

Reverencia

pues

eres tú

nombrando los lirios

o las gladiolas

o las orquídeas

Reverencia aun más irreverente:

hete nombrando los sexos y sus cordilleras de muslos

de esos que sudan siempre

huelen siempre

y saben siempre

y nombrando también las cosas suaves

y hasta la dura nada

Reverencia

tú nombrando el bronce y los duraznos

o el invierno en trolebús

de algunos días de junio

para fundir cualquier entraña dulcemente

con todos esos néctares apalabrados

y su magma-nieve delicada

Reverencia

Tus aleteos destilados

buenos tequilas de tinta

mejor que suero

catéter en la sangre

tus vivencias envidiables

Delicada la brutalidad del placer

¿Era el verano que bebías sin miedo

o la sal de tus amantes?

¿O era algún fuego forjado en la hoguera de cien mujeres

vibrando sus acordes suculentos

o el desnudo asombro frente al otro y su mirada,

los que forjaban tu precisión asimétrica

y tu plácida perfecta

y penetrante

poesía?

¿Eran las horas no adjetivadas

O esos pocos años de frío

o la barbilla inquilina de tu cara alcohólica

preferida de todos los muslos de la ciudad

o el escueto silencio del presente taciturno

y aburrido

los que visitaban tu palacio de poeta

los que esculpían tu

cardumen de palabras

los que te emergían hacedor

y te entregaban su poder y sus misterios

como una

virgen

en sagrado sacrificio

de su virtud ?

Sabrá la chingada

o chance alguna de sus hijas,

por qué para ti los vientres eran playas

y los sexos islas remotas

y las palomas sangre

vuelo

libertad aérea

desconsuelo de insulsez

y pecado de suculenta penitencia.

La cosa es que bajo ellas

la ciudad y su ruido antinatural

y su estiércol misericordioso

y hasta su grandeza tibieza y sus calles necesidad

y noches lamento empujándose

y sus orejas de frío

todas las canciones siguen aquí

aburridas

insoportables, casi

desde que te fuiste a dormir para siempre, poeta.

Si supieras

así de tan bien extinto

tan ojos de polvo

y maestro

como sigues

si supieras el placer que ha sido

Es

Somos

Cuando vamos juntitos a beber tus palabras pretéritas

Y cuando así de muerto

tan vivo

las repites necias, ebrias

e irrepetibles

y si supieras

maese

que no te acompañaron a cantar bajo la tierra

todas las arias palomas que domaban tus flores

Ay, si supieras

si subieras a beberte las que dejaste espumosas

y si me quitaras de encima tantas flores plásticas

de cantinas paradisíacas

y tantas señales tan verdaderas

y tan falsas

Ay, si supieras

si no estuvieras tramando bacanales subterráneas

Si no estuvieras cogiéndote con las raíces húmedas

del subsuelo

Quizás, maestro,

y sólo quizás

me mandarías a tus diablos asignados

para que me dejaran de abrazar con sus mentiras

y sus frases hechas

que me niegan

todavía

el camino a tus zapatos de poeta.

sábado, febrero 16, 2008

Cazador de Pétalos (II) - Fear and Loathing in Las Lomas

Para toda la amadísima gente que a diario me lo recuerda.

I.

Hay días en que me olvido de mis más firmes y anclados propósitos
Días en los que camino a lo largo de constituyentes (prostituyentes para los sabios)
o días en los que saco el clutch
con una violencia deliciosa
mientras subo y me tuerzo entre las curvas casi bosque
del chapultepec olvidado
y que entre la sombra de Virreyes o las Herraduras de metálico claqueteo
se cimbran sobre la Reforma del mediodía las sienes
que palpitan todas esas horas inconscientes malgastadas
y en las que me esfuerzo para no ser
suavemente
y otra vez
un imperturbable niño.

Hay mañanas en las que todavía creo en las hectáreas
y en los lagos monumentales
y las represas hechas pueblo y vueltas ciudad
y en los trenes hechos vagón tras vagón
de sonidos

Días donde lo majestuoso parece sabio
y la indiferencia cobra sentido entre el smog
y las papayas de polanco
que suben todas vertiginosas
como una cabalgata de frivolidad
sobre el asfalto de los tibios
(Pavimentando la ruta que lleva
hasta el corazón de la Santa Fe que empuñan los vacíos
)

Hay lugares que (estoy seguro) ya no me eran ni tumbas
ni juglares ni sueños
ni catacumbas
pero que sin frenos me devuelven hasta la calle
que seductora me hace olvidar el pudor
y me regurgita hasta arremangarme toda la decencia
que alguna vez
me mantuvo sobrio
e inofensivo

II.
Recuerdo otros días dentro de esos días
bajo los días más lentos
tranvías con rumbo silencio
donde lejos del grandioso amor hacia las autopistas
y dándole la espalda a los santos y sagrados corporativos
de la usura
florecían las ideas casi yerbamalas
yerbabuenas
yerbabestias yerbasangres y yerbafrentas
y me recordaban todo lo náufrago que soy
cuando absorto piso el acelerador
que me sumerge
nuevamente
en las campiñas del hastío.

Existen tormentas que siempre escampan
y ocurren temblores cuando no hay frío
Hay mujeres, también.
Y hay mañanas.
Y además hay horrores que se apilan entre hermanas
y entre hombres
como hay siluetas que no se rompen
por muy encapuchadas
fantasmagóricas
o esdrújulas tramposas se dejen caer
suicidas
a cada lado del camino.

III.
¿Cuándo es que borré la certeza microscópica
que me cantaba tremebunda
y día a día

que no hay Hombre sino hay hombres,
y no hay Tiempo si no hay también algunos grillos?

¿A qué hora se me filtró entre la cal
y entre las piedras
una vez más
esa plumífera oquedad
persistente y emputecida
en la que no hay pétalos sino destinos
llenos de prados
y de estadios abarrotados
y de terrenos grandiosos como
nubes de flores que se pesan
peso sobre peso
oro granito
que quisiera ser arena
y que se cuentan cual riqueza
según las notas de los míos?

¿Cómo es que olvidé mi razón de buscar
la llave mayor de mi delirio
la sombra,
la mierda,
el tesoro del sinnombre:
significado mismo de mi endeble cacería?

¿Cuándo se me escondieron
otra vez
los pétalos
y cuándo me volví a erigir en un salvaje
rastreador de motivos?

IV.
Hoy no es de día, ni esta mañana es la noche de otras vidas.
Hoy no ando buscando, ni acelero,
ni me conduzco por otro rumbo
que el que tengo aquí conmigo.

Hoy no es Constituyentes,
ni prostituyentes,
ni es miércoles de ceniza
o la semana del martirio.

Hoy soy
otra vez
un cazador de pétalos.

Y cada pétalo que pasa me deja en paz al perseguirle
y me permite vuelta
y vuelta
otra vez
y otra
cada una
un segundo de piedad
para detonarle encima
esta calma tan resuelta
de las dos de la mañana

La del sin rumbo
la sin espera
y que siempre entona y se derrumba
con un sólo y mágico

suspiro.

martes, febrero 12, 2008

Padre Muerto que estás en el Suelo...

Y que sea lo que sea, papá....

I.

Y si te estrecho
y te tomo por el vientre
la mano alargada y enorme
los dedos blandiéndose como espadas

Y si te aprieto como si fueras carne rota
y te jalo hacia mí
como si te importara
Con fuerza. Con una fuerza inimaginable.

Tus muslos necios sobre mis ganas
pantorrillas domésticas cayendo
muy lentas
sobre mis ancas. Ancas de rana.
Ranas en azcuas.
Aguas de nada.


Tú nada más sucediendo
salvaje y estúpida como las horas
que suceden
a la calma

Tenue, súbita, terrorífica la ausencia
y el dolor y el placer
y las noches que se acumulan luego de tanta rabia

Sabiéndonos sin nombre habríamos de caer
y caer
indómitos sin alma.

II.

Qué mas da creerse dios
si desmembrados nos sabemos
carentes de cara.

Hoy llamo ocho a los años
desde que te marchaste sin aviso de ruptura.

Estoy seguro que tendríamos mucho de lo que hablar
cual García Lorca y su hortelano, Ramon Sijé
nos besaríamos la frente y nos tomaríamos las manos
inertes
sin reparo.


Y sé que te gustaría verme manejar
pata en clutch
dedos acelerándonos las mañanas:
como buen taxista y junto a ti
el ti que está vivo
y como tú,
como tu lira manifiesta y tus voz sin parábolas
te escurrirías conmigo en esos 20 minutos entre el Santa Fe que no conoces
y las calles de nuestras mañanas.

Y los corredores que deja entrever constituyentes
a las siete de la tarde lo harían posible:
Tú y yo nos escaparíamos mano a mano
cómplices como nunca.

Tú y yo sin más nada.
Absurdos y perplejos bautismales
dueños de toda la semana.
Juntos.

Pero estás más muerto que mis trampas.
Ya no te encuentras.
Ya te marchaste.

Da lo mismo el aniversario
o el tiempo
o las noches sin sombra:

Da lo mismo si te extraño o si te reto.
Si te rompes o te fraguas.

Hoy ya no me encuentro,
por más que me llamo, por más que me tratas.

Estoy ido. Ido de mí.

Carente de nosotros y de todas las ámpulas.

Muerto es muerto -me dices sin decir-
y muertas están las cobijas y las sábanas.

Hasta la vista sombra.
Arrivederci manda:

No somos nada sin nosotros.
No somos nada

sin la nada.

III.

¿Has visto tantas paradojas juntas?
¿Tantas paradojas pendejas?
¿Tantas paradejas?

Yo nunca.
O nunca desde antes de ti.

Y como antes de ti no había nada, entonces nunca.
Entonces nada.

Que cante García Lorca. Que no se guarde nada.


Los negros seguirán siendo negros.
Los puentes siempre alcanzan a ser vértice y semana.


Estamos solos, papá.
Aun cuando juntos.

Y rotos los pocos, los otros, los nosotros
acaecemos insulsos
absurdos
enjutos,

masticándonos con calma.

viernes, enero 18, 2008

Vectorial (la mentira de dios)

Calcula sin calcular la fuerza de aquello que quieres decir, o de aquella a quien quieres amar. O de tu amor, tu amor mismo, y no la de sus repercusiones o la de las tragedias que se le superponen al deber, a la decisión, al acto mismo de tu mal o bien amar.

Calcula y traza sobre el plano ese punto, y añádele una fuerza y un norte, una guía, una dirección digna de un linyera sin rumbo. Acude a tus entrañas y ponle nombre, ponle destino y ponle -luego- punto final.

Regresa entonces a tu verdad de fantasma sin rumbo. Sin rumbo fijo. Y sin piedad quiébrate bajo lo implacable que resulta, sin embargo, el poder de esa fuerza y de esa impronta primigenia. La que te lleva a escribir sobre la hoja en blanco o sobre la cuadrícula. La que te hace pensar en imágenes o en ecuaciones. La que te hace amasar un destino donde no lo hay, y sin embargo abrazar con toda honestidad esa ficción que te cobija en mitad del invierno tropical de tu ciudad sin nieve, en donde todo lo gélido eres tú (y si no eres tú es tu falta de rumbo).

Claudica a todo propósito. Asúmete mortal, pero mortal mañana y no "algún día". Redúcete a la vida de un mosquito o una cucaracha con problemas inmunológicos. Resuelve la duda sobre cuándo morirás con la simple asunción de que será en los próximos 15 minutos, o en los que les sobrevengan a esos, o en los que sigan. Luego dobla muy bien tu armadura de estornudos de seda, y de alas de mosca, y de tiempos sin labrar, y guárdala en el cajón que guardas también en el cajón donde has puesto todas las cosas que ya no te sirven, y que has perdido tantas veces como neciamente has ido a buscarles. Recoge tu tendedero de terror y tira esa ropa limpia que te pones cuando prefieres ser un cobarde. Y luego tira los dados y dale un sorbo a la cerveza. Una calada más y -si te apetece- ún tiro pequeño pero lleno de pundonor: Desnúdate los pies -y lo demás que puedas- sobre el camino que no lleva a ningún lado: tu camino. Y abraza el botellín y acércate el cenicero que reposa junto a tu congruencia. Resopla y enorgullécete de esos callos que aún descalzo te permiten transitar. Y luego transita, lentamente como cae un árbol.

Habrás de replegarte y sucumbir mucho más que tres veces antes del alba. Pues al lado tuyo no hay un cristo ni tampoco te interesa salvar el mundo, ni a los hombres, ni mucho menos tu endeble y germinal pedazo de alma. No eres Pedro ni eres pescador. No montarás un negocio mayor que una tormenta, ni en tus manos se fraguara una iglesia que se conciba por el poder de un donativo o una insurgencia ficcional que te asegure ser jerarca. Vas a cagar tus pantalones muchas más noches que sólo la de hoy, o la de ayer, o la de mañana. Y no escribirás, ni de lejos, algo parecido a un evangelio, o algún cómic nuevo acerca de otro supermán capaz de ponerle nombre a lo que tienes que hacer tú, o tu madre, o tu hermana. Toma los remos y rema, Rómulo. Remo tras remo, hasta llegar a Roma. Donde lo único cierto es que sí: habrás de ser crucificado aunque muy probablemente no resucitarás. Y clavo por clavo empuñarás el martillo y te darás con saña hasta que se te acaben los pies y las manos. Y aun entonces dudarás acerca del destino y de tus muelas. Y quizás después te duermas, prosigas o te acabes.

Pero despertarás, o te quedarás quieto, o continuarás siendo. Da igual. En algún punto montado sobre esa fuerza y en dirección hacia la falacia que te hayas contado de antemano, querrás decir "sooo" o querrás jalar las riendas, o querras bajarte y dejar de cabalgar hacia ninguna parte. Luego, tras beber un poco de agua, o de vino, o de ausencias y de larvas, te preguntarás si ese lugar es rumbo, y si de veras el horizonte se alcanza. Entregarás la pluma y el cuaderno. Guardarás quizá el mejor de tus silencios y luego -ante ti mismo- depondrás las armas.

Quién sabe si te quede o no te quede tiempo. Quién sabe si el camino no habrá desmerecido tus ganas. Cinco minutos antes del fin del mundo, o quizás cien historias antes de no ser nada, te declararás enamorado del trayecto y asumirás la posición compasiva del que perdiendo la vida no ha perdido nada. Te reirás un segundo de ti mismo, y quizás un poco después extrañes a quienes no estuvieron allí, o a los que se fueron temprano y sin avisarte como tú no avisarás más nada. una lágrima más, una lágrima menos, te llegará el alba.

Y con el alba abrazarás el frío, en algún punto del vector pendular y desquiciado en el que habrás convertido tu marcha. Lejos de un lugar, sitiado en la utopía más dulce y más cierta y más triste y más fina, cerrarás el bolígrafo mientras estiras las palmas.


Y luego, quizás, te llegue la calma.