jueves, marzo 09, 2017

Leguleyos de la culpa

Pasan dos años
pero lo hacen repletos de ahora

Ahora mismo pasan
dos
enteros, con sus consiguientes daños
y sus recuentos de daños
y aunque me invade la culpa de no haber acariciado a la señora poesía
un recuerdo lo mitiga todo: No es que lo hiciera tan bien.
No es como si la poesía me hubiese extrañado.
Probablemente ni me recuerde, si nos ponemos estrictos.


¿Cómo volverle a hablar?
¿Cómo dirigirme a ella?
¿Valdrían siete oraciones enunciadas a manera de pregunta?
¿Serían suficientemente humildes?
¿Tendrían el impacto suficiente para conseguir su atención?
¿Lograrían su cometido?
¿Calmarían esta ansia última y única que tengo ahora
y que busca resumir
pausadamente
con cierta melodía
pero sin excesos
todo lo que la vida me ha regalado en apenas un par de años?


El juez que atiende el despacho de ministerio público que casualmente habita el edificio que
duerme al lado de la señora poesía
hoy pidió sus vacaciones.

Consecuentemente, no hay veredicto.

Estamos abandonados a nuestras anchas.
Lo que escribamos hoy puede hacerse pasar como un poema
aún sin demostrar con elementos probatorios
que lo merece de cierto.

Desiertos los días que
tras la sequía
una tarde de hace dos años apenas
recibieron el chapuzón irredento de tus ojos

(¿Ven? Frases tan gastadas como esa se cuelan sin pudor ante la ausencia de autoridad)

Dejémoslo en eso, mejor.
En un día en el que la justicia poética se hace por su propia mano.

Así han sido estos dos años: Se explican solos.
Se respiran por sí mismos.
Habitan los ojos de nuestro hijo.

Ese hijo cuyo asombro no cabría en página alguna.
O en libro de menesteres jurídicos capaz de transcribir la vida entera.

Su cabeza todavía no cierra del todo.
Sus ojos todavía no enfocan. No reconocen los colores. No saben de nombres.

Es un manojo de incertidumbre tan hermoso como vivir en el presente.

No sabe de juntas ni retiros.
No quiere comprar una casa.
No tiene deudas con los bancos.

¿No lo amas tan sólo por eso?

Hay noches en las que
aún cuando llora a grito tendido
le envidio profundamente.

Como se envidia a una página en blanco.

Como se le envidia a la incertidumbre.

Toda vez que el miedo ya se ha ido.
Y quedan sólo nuestro amor y nuestros huecos.

Él no vino a llenarlos. Estoy seguro.
Está aquí para otorgarnos un solo permiso:

El de mirarlos. El de abordar el vacío sin terror.
Sin temblor.
Sin otro deber que el de estar aquí. Ahora.

Por él. Y por nosotros.

Señor don juez viene llegando en su limosina roja.

A un lado, bellacos. A vivir vuestra poesía, que se acaba en un respiro.

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