Para mi N. a manera de votos en este día que no fue, pero que será.
Prometo entonces,
trenzar y tranzar con los hilos de lava ponzoñosa y
delirante
que le
broten de todas las coyunturas
que le emanen de los ojos como un manantial en servicio
y que reposen sobre la hamaca que llamamos “sala”
cada uno de los días en que consiga arrancarle una sonrisa
Dibujarme en el mapa laberíntico de su vientre
la vitrina de sus mejillas
la trastienda de sus nalgas sólidas y palpitantes como un astro recién nacido
y recobrar la vida luego,
mirándome en su espejo y observando del otro lado sus manos
de incienso
recorrerle los cabellos y dedicarle la vida.
Amo a mi mujer, el volcán más entero y rabioso del mundo.
Y en sus precipicios, prefiero nadar. Nadar hasta que siga
mío.
Ella hace la poesía sin hablar – le digo --
El teatro kabuki de rascar, acicalar y acariciarse.
Así, en el silencio y en la estridencia, somos dos y luego uno.
Dos y luego
Uno.
Y luego dos otra vez.
Y bajo el olor fresco del adobe que hace del tiempo un túnel
quizás alguna vez
uno que por siempre sea también polvo
tierra fértil
y manos que sin forma se enreden hasta que la eternidad pierda su nombre.
Y bajo el olor fresco del adobe que hace del tiempo un túnel
quizás alguna vez
uno que por siempre sea también polvo
tierra fértil
y manos que sin forma se enreden hasta que la eternidad pierda su nombre.
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