En respuesta a la solicitud de N.
Mañana edifico la ofrenda
mi amor
Mañana, sin falta.
Busco entre los muros y las piedras
estalagmitas o estalactitas -da igual-
un puñado de pétalos de cempasúchil digno
una docena de velas
un manjar de cirios y gladiolas y nardos
una hogaza firme que haga las veces del pan de los días
y cientoveinte sorbos de licor o de leche caliente
o de rompope y hiedra
o de jamaica y musgo
para refrescar a las visitas que
sobre la sombra
se ciernan y se bañen y se borren
(como toda visita, transitoria casi que por encima del musgo)
Por mañana quiero decir hoy -desde luego-
Tú ya me conoces:
Cuando el sol me agita
yo me enfurruño bajo las cobijas necias de la madrugada
(Algo tienen las madrugadas conmigo -lo intuyes-
Pero hoy te lo confieso:
y es que se me abalanzan como un sorbo largo y desnudo
repleto de vino
y en mi torpeza les bailo como puedo
hasta caer desde los pies a la cabeza
y luego de regreso: Pero nada más
Te juro -con entereza- que no hay nada más que eso)
Así es que hoy
mañana
u hoy otra vez
cuando el sol despunte y los que traen flores y vestigios
desde hace mucho y desde muy lejos,
se monten como toros hambrientos sobre el lomo de viejos mercados
iré a alcanzarles temprano
para vestir con sus debidos pétalos
la ofrenda del regreso
A mi padre voy a ofrecerle una guitarra erecta
y siete brandys como los que hoy sólo toman los viejos
Quizás también una chalupa con carne
y alguna imagen nuestra
para que nos mire de lejos
A mi nana bendita le bordaré cien abrazos
¿con qué guirnaldas podría ofrendarle mi infancia, si no?
Un puñado de tierra Tepozteca
y un avistamiento de montañas, acaso
Para los amigos no quiero enumerar: son muchos
Aura quizás merezca una de sus lecturas predilectas y aburridas
y no sé qué poner más:
Una rima en mermelada
o un plantío de frambuesas: Ya veremos.
Tú eres de entre todas las que visten el mundo
la más talentosa encargada costurera del cielo
y a las nubes
y a las montañas sedientas
y a las más vívidas ofrendas para muertos
las desnudas todas a punta de atuendos tan rabiosos como azules
Los ojos
los ojos de los muertos siempre se ven azules
cuando menos en las películas (malas) que vemos todo el tiempo.
Y otra vez tú, sobre tus treintayveinticinco años de rubor
intacta de estos dolores y de estos duelos,
que en tus manos llevas el sutil toque de la empatía
erizada como un epitelio eléctrico:
Tú, a la que no se te ha muerto nadie (realmente).
Tú, la que sigues en pie.
Tú:
Ayúdame. Erige conmigo la ofrenda de muertos.
Alcánzame.
Llora conmigo a ese yo mismo
que ya se ha muerto.
Ese por el que ni yo mismo me atrevo a llorar.
__
Eso sí:
No voy a ofrendarle nada a nuestro amor.
al menos no mañana. No hoy. No por ahora.
No en una ofrenda de muertos.
No debe confundirse el aturdimiento con la agonía
la sed con el hambre
la raíz con la penca
lo súbito con lo que quizás permanezca: Nunca.
"Jamás" nunca es mejor que "todavía".
Por eso a nuestro amor no le pongo más ofrenda que otro día
y otro día
y otro más
Por más vertiginosos que se aproximen los intervalos del amor
en mi mirada -que es tuya-
descubrirán su alerta:
Son los ausentes quienes pueden beber
sobre la alfombra de las flores
bajo el cobijo de la noche
sobre la espuma de la hierba
Nosotros no:
que nos tenemos todavía
y que anudando brazos
conjugando piernas
amurallamos todo lo posible
por si la muerte ocurre como un puñal que rasga
o sus castillos ceden tras de sí
desollándonos sobre la niebla.
Toma mi mano, ¿sí?
No hay sombrilla capaz de guarecernos frente a la tormenta.
La que sigue.
La anterior.
La próxima.
La que apenas escampa.
La de hoy.
La tenue, la fuerte, la ciega, la dócil, la verdadera.
(Escucho a la lluvia ceder por encima del pasto
calmándose bajo el doblez de tu espalda,
tras recobrar el aliento en el medio de nuestro abrazo)
Que la paz de los vivos sea con nosotros.
Y que con nosotros se quede.
Si no es "mucha molestia".