domingo, marzo 15, 2009

Temblor y temblor. (Un eslogan para el exilio del terror)

Dibújame unas manos que se escurran hasta la guarida
hasta la cueva, el cubil, el final del sortilegio.

Píntame un cordero
crucificado y sediento gis en el pizarrón añil
en la libreta de una esponja avinagrada
Trázame unas manos rotas
empuñando sangre contra viento
y defecando un cliché
TODO al mismo tiempo.

Escríbeme otro evangelio absurdo
una historia más y mejor que la dóctorjauslosjuevesporlanoche.
Un acertijo similar, al menos:
Ceguera entusiasmada versus pesadumbre ilustratoria.
Un camino no-camino en el que "god becomes silent"
y en el que nadie sabe
-nadie supo-
cuán silencioso había estado el susodicho
desde el primero de todos
los principios.


Se me olvida siempre lo impostergable.
Vivir sin ataduras
morder sin bozal
amasarse sin tapujos
y persistir, sí, a pesar de las pólizas chantajistas
de cualquier aseguradora fundamental (o fundamentalista, for that matter)

Escupo sobre la tumba ignota del cinturón de seguridad:
el presente es un transcurso que se vive sobre el agua
bajo el agua
dentro del agua -la más corriente de todas-

Todo lo demás,
sálveme el dios de lo bursátil,
son pretextitos.


Y sí. Si no tiene hueco, queridos,


NO ES SALVAVIDAS.

1 comentario:

Chamirú dijo...

Mataría, sin lugar a dudas, por sobrevivir anclado a esa precisa y peregrina historia en la que nadie salva a nadie. El lugar no-feliz. El final-no feliz de los finales -supuestamente- felices. El tiempo que uno se da para entende que no hay entretiempos y que todo, por hermoso que parezca, se ha terminado.


Mira que he tratado de responder a todo esto de la manera más suave que aquello que llamamos "posible", me ha dejado. Sin embargo, nada. Todo parece tener prisa. La respuesta se esmera por adjudicarse una pregunta. El ahora quisiera tener un antes -y un después- y todos ellos confabulan con la posibilidad de hacer sentido.

Yo persisto en la incredulidad. Persisto -quizás- en la historia no solicitada. El mayor ganador de la copa del rey debiera ser, en mi retruécano presente desatado, el Athletic, sí. El Athletic -coño- de Bilbao.

Lo demás son acertijos. Pequeños pedazos de gloria no correspondida. Cualquier cosa: Un suspiro catalán, rojiblanco o verdirojo. Que la revolución decida sus propios colores.

El otro suspiro, igual de fuerte, aunque no tanto, es el blanco. Prístino, suave, directo y claro. Tan hijoeputa como Camilojosécela y sus memorias en blanco. Madrileño hasta decir bajta. Bajta. Bajta.

Bajta de tanta tontería.

(Llévame, contigo a la luna)...


No me canso de saberme los huecos. Acaso me canso de olvidar cómo enunciarlos.

Y de nada más.