La princesa muere por ser vivida. Grita desde los céfalos de las flores. Llora con un altavoz reposando en sus lagrimales. Y rabiosa se deja olvidar, cada párrafo si es preciso, con tal de que la recuerden los historiadores de la pesadumbre.
La princesa no quiere cuentos ni castillos. O cuando menos rehusa abiertamente los que no se fragüen entre carne y granito. Ella se rebela contra las mariposas y sus alas de vidrio. Y se repliega ante los santuarios que se forjen sólo de aire.
No es una princesa de caricias aladas, ni del mar, ni de sueños de estambre. No es una princesa que conviva con princesas. No es una ecuación, ni un misterio, ni un puchero amaestrable. Es siempre ella -siempre- y ya. Aun si se viste de sí misma.
Ya sean grúas o tentáculos o sombras: Deslizarse sin defensa cuesta más que acicalarle. Es un mar de preguntas. Es un pantano feroz y que se teje entre respuestas. Tan sólo escúchenle respirar.
Ahí el pulso de los días. Suspiro. Quemazón.
Su ahora es más que mil promesas.
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1 comentario:
Brillante, con lucidez pasmosa... Un regalo el encontrarte poesiando. Muchas gracias... (Se me llena la boca, aunque te lo agradezco más)
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