sábado, octubre 22, 2005

De saber a lo que sabe y otras cosas fútiles

El sabor son unos dientes tomando fotografías desesperadamente
son unas lenguas
y unos muslos
es una inquietud ansiosa de arrebatar nombres

El sabor se mira
se huele
(y no sólo se huele, también se olfatea)
se sabe
se dice
El sabor se circunda
se circunscribe
se circuncida
se cercena

El sabor son bolsas llenas de cosas pensadas
libros enteros rebosando hojas y lienzos de cierto perfume amable
El sabor son los cuentos
las mordidas
los silencios
El silencio entre cada pequeño silencio
El sabor es también un punto.
Un punto que puede o no puede estar
pero que siempre es un punto
Un punto
y
aparte. (y luego un punto, otro punto, otra vez)

El sabor no se repite
aunque se repitan las cosas
Poco más que imbécil es quien pretende aprisionar cualquier sabor
pues la jaula resulta siempre
siempre
siempre
una caricia torpe sobre los enredosos cabellos del aburrimiento
un enfrenón miedoso, un amarrón solemne
igual a cualquier paranoia garapiñada con el hambre que se asfixia
bajo el supuesto santo santísimo oh gran cinturón de seguridad

Una más de esas tragedias
(de esas que no sobreviven ni tres mordiscos)
y tendré que despedir
juntas todas
a mi hambre y a mi lengua
y a mi nariz y a mi escueta esperanza
De patitas a la calle, malcriadas: Probar jamás es suficiente.

Y hay sabores que no se prueban
sabores que resisten tentativas lengüinas
arrebatos labiescos
hostilidades dentales-nasales-suprarrenales
artilugios tactiformes
neurodiscursivistupideces que pretenden construir escapatorias
Sabores que sobreviven cualquier cosa, pues.

Sabores aproximados
entelequias desahuciadas de toda posibilidad para proclamarse manjares
Sabores como tantos cuentos hermosos
Distancias que asemejan ser pestañas para olas más terribles
Reflejos de ciudades cautelosas.

Sabores que son como otros tantos kilómetros tatuados
de garantías, o de sonrisas convincentes
o de sacrificios insectívoros que alivian cien maldades onerosas.

El sabor que no se sabe es igual que pisar seis malos pasos en un baile
contraerse desordenado
pero claro y cristalino: festejando a pisotones la mutua voluntad naciente

Y aunque tal cosa es improbable como un espejo verídico
y aunque resulta estar llena de sentidos pero libre de palabras
y ser, vaya, desinteresadamente real
jardinosamente magnífica, etcétera,
lo único visible es una hermosa y breve espuma de flores sin rumbo
que se sabe y se saborea cierta:
Resuelta a caminar sin ladrarle a los motivos.

Nada sabe a nada. Siempre hay algo que rasguña el paladar.
Y nada tampoco sabe cada vez a lo mismo.
No hay resguardo para librarse de esa afrenta:
El sabor más reconocible es el que siempre sabe distinto

Y la vida es un viento que se cuela entre miles de millones de miles de millones
de millones y de miles de pequeños-diminutos agujeros: Nosotros
Pasa sin ver. Fluye sin tránsito. Sucede sin remedio.

De mordisquear esos pétalos de brisa
lentamente
"con seguridad-tomando la mano con fuerza-percutiendo la cintura-dejando a la cadera dictar"
De respirar los sin-remedios
y abrazar boya ras boya
es de lo que se trata la siembra de los sibaritas:
Dispuestos a palabrear cualquier sabor
desentrañando del discurso una incipoiente escapatoria
Todo sea por despintar la vida
(pues creen que eso es igual a poder pintarla, claro está)
Dependen de ello.

Desterrados de mi corazón.
Cada sabor es un matiz. Y antes desdeñaba los matices.
Hoy sé que hay quinientos mil
y que no me alcanzará mi propio tiempo
para bebérmelos todos
geográficamente
pintando los subsecuentes mapas.

Pero ya no me importa.
No podría paladearlo todo.
¿Y qué?

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