domingo, agosto 21, 2005

Palabras robadas (por un instante)

Reconstrucción de una Imagen

Desde un sitial de sueño, desde un escaparate, en otro tiempo buscaba. ¿Qué es lo que buscaba? ¿A qué se llama otro tiempo? Hay días que es imposible encontrar el presente. Entonces buscaba en otro tiempo. ¿Qué buscaba? Algo así como un objeto. Buscaba algo que fuera objeto. Y por eso tanteaba el vacío. Fue así que tropecé con la imagen.

La imagen no es un objeto. Es quizá una forma que mira.

La lluvia es una forma. La lluvia. Una forma que arrasa la tristeza. Estaba la lluvia. Algo que transcurría sin consecuencia. No, no: hubo consecuencias. Tendí la mano y recibiste la lluvia.

E inesperadamente
estabas conmigo.

Entonces la angustia ascendió con la lentitud de un océano. Tú estabas lejos de mí. Yo estaba lejos de ti. Pero tu mano quedó crispada en la mía. Ausencia del tiempo. Nada comenzaba ni seguía. Silbaba el silencio.

Enmedio del silencio estabas desnuda. Desnuda de toda relación. No estabas ni cerca ni lejos. Simplemente estabas desnuda.

Nada preguntabas pero mirabas de un modo extraño. Un viento breve agitó tus cabellos. Yo no podía acercarme. Tú no podías acercarte.

Un día te abandonaste a tu propio aniquilamiento. Tomaste la llave y abriste la puerta de ese placer incomparable de detenerte. Frente a todo lo que huye te quedas. Todo huye y te quedas en esa cosa nueva que es la muerte. En ella de pronto te quedas y nadie puede socorrerte. Te quedas fuera del tiempo y todos se alejan. Y estás sola, absolutamente con nada. No como la altiva soledad de los que viven. Absolutamente sola porque te ha abandonado hasta el orgullo. Tus manos están, pero no tienes la compañía de tus manos, ni de tus pies. Tu sonrisa también te ha abandonado. Ya no estás ni cerca ni distante. Simplemente no estás.

En ese momento en que te vi absolutamente sola yo también te abandoné. Sentí crecer mi egoísmo como un sol acariciante. La espléndida belleza del egoísmo. Te abandoné y me sentí solo. Pero conservaba mi vida. Conservaba mi orgullo. Y mi egoísmo. Conservaba mi sonrisa y mis manos. Conservaba mis manos ávidas que buscaban en la luz otra imagen. Y por encima de todo conservaba mi orgullo.

Te has quedado allí y todavía no sé quién eras ni cómo eras.

Y no me importa.

Aldo Pellegrini, un año antes de morir, a los 69 años

1 comentario:

ángel dijo...

Un bello texto ¿premonitorio del fin? ¿enlazado al surrealismo poético en la intensidad de sus imágenes? Después de leer a Pellegrini en tu blog que agradezco, continúa la lluvia (¿minuciosa?) que en nosotros, como en Borges, "cae y cayó".