no son las horas piso las horas teclas las horas nalga
que involucran
No
Es notar cómo los grillos que antes me pedían prestada la boca
los dedos las manos las palabras
hoy me tienen secuestrado el corazón
y pulverizan entre sus patas todo el sentido de esas balas
las sapientes las precisas las entregadas al amor
y como las noches tan noches ya no significan nada
ni otra cosa
que un "sí maestro aquí le va su biblia de porquerías"
y un cómo demonios me duermo
si no puedo escribir nada.
Tengo un miedo como un sarcófago
y un hambre que ya no sabe de orificios
Y resuelto, de todos modos, a entregar la década
me encuentro aquí, en la agonía de las horas
desdoblando el origami de la noche en un rastrojo de cartones y periódicos viejos
-que se parece ya a la mañana-
y temo. Temo por mi hambre, por mi miedo, por mi sarcófago
y desde luego, por todos mis orificios.
¿Valdrá la pena empeñarle estos años a la vida del esclavo
con tal de hacerme de un jardín donde matar mi trayecto
o dónde envejecer (más) si esto es posible
si esto equivale a ver partir irreversiblemente a los grillos?
¿Mataré lo que me queda de poesía
en este afán por jugar el juego de los perros
y pretender ganármelo a ladridos?
Tengo miedo. Mucho miedo.
Miedo de no saber llamarle al miedo de otra forma.
Miedo de confundir, tal vez,
el verdadero miedo, con el miedo.