lo admito
Me he reído de ellos en su cara
detrás de su cara
a pesar de su cara y con todo y ella:
Lo admito también
Pero lo que nunca hice
nunca dije
nunca pude
fue que acaso era infértil esperar sus ladridos al alba
Y no sé.
No sé que tienen el alba y los perros que siempre danzan juntos.
Es
como si tuvieran dentro del hocico
una semilla
una semilla fluorescente y ruidosa
pertinaz, insistente, incandescente e incansable
(como un despertador digital -¿o dogital quizás?-)
Sé, como sea, que algo tienen el alba y los perros.
Vienen juntos, muy juntos, demasiado
como lluvia madre de pequeños vástagos huracanes
como viento padre en proa popa pequeño momento paroxístico
Puré.
El alba trajo consigo algunos perros
Esta mañana al menos. Al menos unos. Unos vinieron.
La habitación era una nube de tabaco y ansiedad
una factura casi serigráfica para el buen comportamiento:
(Esta noche no he salido de tus brazos,
esta noche regresé inmediatamente a casa,
esta noche no fui un perro
ni de la noche
ni del alba)
Persianas de cristal que se abren todas juntas
estúpidas como rieles que se repiten
para un tren que gusta mirar el nado sincronizado
ya por la tele o porque sí.
La habitación, de todos modos,
seguía con su peste y que era toda culpa mía.
Abrí con un guiño las mentadas persianas.
Cuál sería mi sorpresa
cuando en vez de rechinar
ladraron