martes, abril 15, 2008

Quince minutos

¿Qué sería del hombre
sin su cara de hambre?
¿Qué sería del hambre sin la herrumbre
o qué sería la herrumbre sin su olor de mandíbulas
anzuelos
y carne?

¿Qué sería del futuro sin las viejas pijamas?
¿A qué olería la franela
sin sus muelas y sus pérfidas tramas?

Algodón el anzuelo
las sirenas, las mucamas
Floriturbio el consuelo de los ecos sin ventanas
de las rimas, los hidalgos insulsos
y de todos los poetas enlodados de ambición
pero desnudos de palabras.

Ah, y la rima estúpida:
tácita frenética
súbita y esdrújula
¿Qué sería de los párrafos sin huecos
o de los huecos sin sus faltas?

Mi cama es un andamio de espejuelos donde invoco a los que muerden rabiosamente
empuñando entre las fauces ciertos colmillos que no alcanzan.

Hoy es un día de miraflores
gruñidos rengos
morenos hombres los que venden rosas a quien no las quiere
y bocas monumentales que abren camino a la alborada.

Amanece ahora mismo:
hoy es el día de mañana. Ayer.

Estertor vidrioso, canica ensimismada, recuento del abismo:
el mismo abismo
de anoche
la noche que empuja
y el hombre que insiste en que le compren unas flores:

- Ándele joven, para la reina, para la dama...-

No señor. No compro flores.
Y es que de flores me rebosan las semanas.

A mí los reinos momentáneos
y las épocas y humores:

Yo soy ayer
ahora
y mañana lo de siempre.

Yo soy hombre pues soy hambre
y soy herrumbre al final de cada hora.


Quince minutos después, te compraré unas flores.