Calcula sin calcular la fuerza de aquello que quieres decir, o de aquella a quien quieres amar. O de tu amor, tu amor mismo, y no la de sus repercusiones o la de las tragedias que se le superponen al deber, a la decisión, al acto mismo de tu mal o bien amar.
Calcula y traza sobre el plano ese punto, y añádele una fuerza y un norte, una guía, una dirección digna de un linyera sin rumbo. Acude a tus entrañas y ponle nombre, ponle destino y ponle -luego- punto final.
Regresa entonces a tu verdad de fantasma sin rumbo. Sin rumbo fijo. Y sin piedad quiébrate bajo lo implacable que resulta, sin embargo, el poder de esa fuerza y de esa impronta primigenia. La que te lleva a escribir sobre la hoja en blanco o sobre la cuadrícula. La que te hace pensar en imágenes o en ecuaciones. La que te hace amasar un destino donde no lo hay, y sin embargo abrazar con toda honestidad esa ficción que te cobija en mitad del invierno tropical de tu ciudad sin nieve, en donde todo lo gélido eres tú (y si no eres tú es tu falta de rumbo).
Claudica a todo propósito. Asúmete mortal, pero mortal mañana y no "algún día". Redúcete a la vida de un mosquito o una cucaracha con problemas inmunológicos. Resuelve la duda sobre cuándo morirás con la simple asunción de que será en los próximos 15 minutos, o en los que les sobrevengan a esos, o en los que sigan. Luego dobla muy bien tu armadura de estornudos de seda, y de alas de mosca, y de tiempos sin labrar, y guárdala en el cajón que guardas también en el cajón donde has puesto todas las cosas que ya no te sirven, y que has perdido tantas veces como neciamente has ido a buscarles. Recoge tu tendedero de terror y tira esa ropa limpia que te pones cuando prefieres ser un cobarde. Y luego tira los dados y dale un sorbo a la cerveza. Una calada más y -si te apetece- ún tiro pequeño pero lleno de pundonor: Desnúdate los pies -y lo demás que puedas- sobre el camino que no lleva a ningún lado: tu camino. Y abraza el botellín y acércate el cenicero que reposa junto a tu congruencia. Resopla y enorgullécete de esos callos que aún descalzo te permiten transitar. Y luego transita, lentamente como cae un árbol.
Habrás de replegarte y sucumbir mucho más que tres veces antes del alba. Pues al lado tuyo no hay un cristo ni tampoco te interesa salvar el mundo, ni a los hombres, ni mucho menos tu endeble y germinal pedazo de alma. No eres Pedro ni eres pescador. No montarás un negocio mayor que una tormenta, ni en tus manos se fraguara una iglesia que se conciba por el poder de un donativo o una insurgencia ficcional que te asegure ser jerarca. Vas a cagar tus pantalones muchas más noches que sólo la de hoy, o la de ayer, o la de mañana. Y no escribirás, ni de lejos, algo parecido a un evangelio, o algún cómic nuevo acerca de otro supermán capaz de ponerle nombre a lo que tienes que hacer tú, o tu madre, o tu hermana. Toma los remos y rema, Rómulo. Remo tras remo, hasta llegar a Roma. Donde lo único cierto es que sí: habrás de ser crucificado aunque muy probablemente no resucitarás. Y clavo por clavo empuñarás el martillo y te darás con saña hasta que se te acaben los pies y las manos. Y aun entonces dudarás acerca del destino y de tus muelas. Y quizás después te duermas, prosigas o te acabes.
Pero despertarás, o te quedarás quieto, o continuarás siendo. Da igual. En algún punto montado sobre esa fuerza y en dirección hacia la falacia que te hayas contado de antemano, querrás decir "sooo" o querrás jalar las riendas, o querras bajarte y dejar de cabalgar hacia ninguna parte. Luego, tras beber un poco de agua, o de vino, o de ausencias y de larvas, te preguntarás si ese lugar es rumbo, y si de veras el horizonte se alcanza. Entregarás la pluma y el cuaderno. Guardarás quizá el mejor de tus silencios y luego -ante ti mismo- depondrás las armas.
Quién sabe si te quede o no te quede tiempo. Quién sabe si el camino no habrá desmerecido tus ganas. Cinco minutos antes del fin del mundo, o quizás cien historias antes de no ser nada, te declararás enamorado del trayecto y asumirás la posición compasiva del que perdiendo la vida no ha perdido nada. Te reirás un segundo de ti mismo, y quizás un poco después extrañes a quienes no estuvieron allí, o a los que se fueron temprano y sin avisarte como tú no avisarás más nada. una lágrima más, una lágrima menos, te llegará el alba.
Y con el alba abrazarás el frío, en algún punto del vector pendular y desquiciado en el que habrás convertido tu marcha. Lejos de un lugar, sitiado en la utopía más dulce y más cierta y más triste y más fina, cerrarás el bolígrafo mientras estiras las palmas.
Y luego, quizás, te llegue la calma.
viernes, enero 18, 2008
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