jueves, marzo 29, 2007

Análisis sobre la lluvia de estrellas

Para todos. Para mí. Para "eso".
(La lluvia, el valle, los meteoros y el que los piensa)



Un cabrón se da cuenta de que la transcripción literaria o verbal del pensamiento equivale a dar un paseo bajo una intensa lluvia de meteoritos.

Luego, el mismo cabrón piensa, soberbiamente, que la mayor parte del mundo ejerce esa captura de pensamientos arbitrariamente, es decir, valiéndole madres que "cacharlos" (a los pensamientos/meteoritos) "así nomás", ahí, "en el prado de Meteor Valley", es lo mismo que dejarse aplastar por uno de los meteoritos. Y que cada meteorito es una certeza, o un estereotipo, o una visión de "éxito" ultra-falaz. Y luego -este mismo cabrón- concluye que por eso es que hay tanta carne de cañón en el mundo, dispuesta a dejarse -no digamos fornicar- sino a dejarse aplastar -cual vil cucaracha- contra el terreno que queda debajo de cualquier meteorito-certeza, la que sea, la que máomenos le acomode.

Traducción antimetafórica o moraleja de esa historia que escribí (tras querer escribirla y fallar): Pensar es justo lo que jode todo. Pensar los pensamientos es la gran trampa. Querer escribir lo que se quiere escribir es justo la mezcla que aglutina los ladrillos en las paredes de cada propio laberinto. Sofisticado o pepinero.

El síntoma más claro otros lo describen muy bien: Escribir algo interesante después de pensarlo es un camino estéril. Tal vez -y sólo tal vez- consigas escribir algo distinto, medianamente interesante -y que ya has pensado- si te dejas desencadenar lo suficiente.

O cómo en esa historia que escribí en otra parte, en la que "si asumes a un nivel casi feligrés, es decir, lleno de fe, que -mientras no los pienses demasiado- los meteoritos podrán seguir cayendo a un lado tuyo (en lugar de sobre ti), toda vez que te lances valientemente a cruzar el valle en donde caen sin control."

Aterrizando: echar a andar en Meteor Valley es como "caminar sobre las brasas", sólo que menos pendejo. Es más bien asumir que el aparato que traduce los pensamientos (léase, el lenguaje) no te pertenece ni te puede llevar más lejos que

a) Ser aplastado por el primer pinche meteorito que te topes (ergo, la religión, la estructura familiar, la tele, la moda, etc... o

b) Hasta máomenos la mitad del camino, donde te dejarás aplastar felizmente por un meteorito de tu propia manufactura y deseo (ergo, una postura existencial ad hoc, un amor, uno o varios vicios, etc...)

Y, evidentemente eligiendo la opción B, el cabrón de este cuento nomás se deja ir, y le mete pata a los senderos de Meteor Valley, bajo la convicción de no pensar demasiado en sus pensamientos. Y luego...fin. Dejando abierta la posibilidad de que falló y uno de los primeros meteoritos -digamos la mota, el fashion o el sexo superficial- lo hubiese aplastado, o que -por el contrario- hubiese alcanzado a avanzar muchos kilómetros hasta llegar más cerca de la siguiente orilla que de la primera, y entonces se hubiese sentado a descansar, fumado un cigarro, tomado cien mezcales, todo sobre los cuadrados manteles de pic-nic que había empacado previamente, y ENTONCES hubiese pensado demasiado sobre un pensamiento, y lo hubiese visto venir desde muy lejos, como un gran cometa halley cayendo sobre su cabeza y plaf: Aplástame -hubiese gritado- Y listo.


Y es que es ahí donde reposa la diferencia, la frontera, la delgada línea entre la simplicidad y sus críos versus la complejidad y sus esclavos. Y todos, críos o esclavos, en el fondo, pretendemos querer ser libres, aunque justamente eso sea lo que nos esclavice para siempre.

Y la realidad es que todos nos montamos en un cometa, minúsculo o majestuoso, perenne o imaginario. Un cometa cada quien, hasta que llega el día en que nos acaba matando.

No bien, no mal. Todo es una rara consecuencia.