I
lleva dos linternas que rasguñan hierba en todo lo que miran, y una voz melodiosa, y unas piernas que suspiran.
II
es un talle diminuto y una cascada rubia que pone turbia la cerveza, una pasta, un vino a media tarde, y carcajadas preñadas de mezcal y de clemencia.
III
se cuela entre las pestañas como un grito lluvioso que no es más que carne e impaciencia
IV
fue la oportunidad marchita, la calma exasperante, la necedad desperdiciada. Una noche en su sillón rojo le dije que no y me mató el antojo.
V
y ella también se fue, a cumplir el designio del enemigo, a esperar cómo odiarme por nada y malgastar tan hermosos besos robados en una escalera, junto al agua mineral, junto a Ella y junto a Frank.
VI
o la fiera, la fiera despojada de nombre, la fiera que me ataba a la transgresión y me hacia amarle en todas partes, a toda costa, sin hamacas y en el frío de las azoteas.
VII
érase una selva tupida de fieras racionales muy racionales muy racionales...esperando por la yugular y olvidándose de la siesta
VIII
la promesa eterna el fruto en desasosiego, la eternidad de otros, siempre de otros, siempre de otros. ¿A qué horas de nosotros?
IX
como una llamarada de paz y un sorbo de café que enlongaba el amor y el estío, esperando a su vientre, aterrada del alambre y del malabarismo.
X
con sus ojos egipcios empuñando una boca que no se cansa de morder.
XI
era largamente sobre unas piernas silenciosas que abrazaban como cocodrilos en llanto de primavera, salvaje, medicinal, eterna.
XII
una sonrisa de temblor, un miedo en la cartulina, horas al teléfono y al martirio de sus amantes, siempre con planes, siempre con miedo.
XIII
las pecas que le llovian sobre una cama de gemidos mudos, muerde muerde y atenaza, muerde muerde y atenaza.
XIV
con su llanto sobre la espalda, con la historia en la maleta, lejos de todo, loca y amada y hecha polvo y echando leña en las hogueras.
XV
Y al final, yo, marchito otra vez. Con las ganas en una valija. Queriéndome llevar a cada número a dar una vuelta, otra vez, y recordar por qué no somos, por qué no más, por qué tan lejos. Y regresar a mí, si es que me encuentro.
Carajo.
jueves, septiembre 21, 2006
viernes, septiembre 08, 2006
Norah's landscape (sin acentos gracias a Mac)
Soy Norah Gladlink y habito mi cuerpo: El cuerpo de Norah. Carezco de botellas y de naufragios, pero la coartada literaria de Gustav Lonesome y su hacedor oculto me permite edificar mi mensaje como si de verdad tuviese algun destinatario. Es asi que aprovecho para habitar un cuerpo que no es mio y que no existe. Un cuerpo que es un paisaje de antojos ajenos y que, solo por eso, se parece tanto al cuerpo de una mujer deseable pero capaz de propinar hartazgos y gritos de auxilio. Es mi cuerpo, aun si solo en el verbo. Pero el verbo es carne y la carne es por sobre todo el deber de masticarla. Y yo soy, pues, cada bocado en la paleta de colores de un escribano oculto que se empecina en exhibirse por completo. No me importa: Dejo de ser suya cuando soy yo y eso, muy a su pesar, ocurre en todo momento, cuando el hacedor duerme, cuando el hacedor refunfugna, cuando el hacedor hace su vida y no la de todos los que vivimos dentro de el.
Desde esa madriguera es que reposo sobre el colchon y me miro con sorpresa y con alivio. Indago en este cuerpo prestado por palabras reconditas y, como toda persona real o imaginaria, me vivo desde mi y me miro desde unos ojos que solo alcanzan a mirar mi ombligo y mis caderas, mis piernas y mis entrepiernas y los dedos de estos pies que, afortunadamente, el autor sombrio ha decidido hacerles duros pero hermosos. Silentes como arbusto pero solidos y dulces como lo que yo misma hubiese querido de mis pies, antes de tenerlos. Concibo el mapa de mi cuerpo ficticio como todo el que lee esta paradoja concibe el de su propia e insalvable realidad corporea. Pero, a diferencia de muchos de los seres que no provienen de esta imaginacion, yo si me fascino a mi misma, y la implacable tarea de esperar a Gustav Lonesome mientras miro el televisor no me resulta nefasta porque, siempre que quiero, desviar la mirada de ese televisor fantasioso me resulta facil, y siempre, tambien, la ocupo en gozar de mi estatura irreal, mi suavidad onirica, mis ganas de sentir alivio de no ser presa de las sombras de mi creador obtuso.
Por el contrario, agradezco la suave oportunidad de ser mas limpida que la seda, y de tener a Gustav Lonesome como una contraparte gris y patetica que se pierde, en cada una de sus desesperanzas, de la verdadera osadia de explorar este cuerpo fatal y delicioso del que el hacedor me ha provisto. Rio, quizas amargamente, quizas con certeza, de resultar ser este pais tan conocido para los ojos de Gustav pero tan deleitable para los mios propios. Comprendo la naturaleza sufriente del que ha sido asignado para desear escapar de mi piel inexistente, Gustav y sus demonios, en este caso. Pero en total indiferencia, y solo porque el autor no me hace participe, desconozco totalmente la necesidad de ese naufrago eterno de vociferar socorros y bengalas estupidas, mientras me hundo en el estupor de existir por la gracia de una idea, y me acaricio mientras tanto.
Me acaricio siempre. A toda hora. Incluso cuando el autor dormita en sus labores insulsas y desconocidas. Yo las obvio y las descarto y, tranquilamente, vuelvo a acariciarme sin pudor y sin sosiego, mientras en la tele imaginaria resuena el jingle de Hill Street Blues y sin que nadie se de cuenta, pongo cara de que me importa para que ni Gustav ni el hacedor interrumpan mi delirio.
Pero, eso si, yo sola no siempre me basto. No es tan abrupta la diferencia entre los seres reales y los fantasiosos: Ni unos ni otros nos somos suficientes a nosotros mismos. Norah, la que soy, se acaricia casi a escondidas mientras desea, igual que Gustav y que el hacedor, una salida a su circulo de predestinamiento y resolucion anticipada. Norah quiere ser la salvacion de Norah, pero en brazos de un poema que el hacedor no ha escrito. Norah vocifera, en cada apretujar de estos muslos fantasmagoricos, una otra escapatoria que retumba en los timpanos reconditos del hacedor, aunque no siempre lo sepa. Norah, yo misma, quiere salvarse entre los dientes de un personaje que el autor no ha vislumbrado, pero que hace eco en sus cavidades como el batir de las alas de una mariposa colosal retumba en la marea de sus suenios, de sus senos, de su oportunidad de existir por si misma.
Y mientras me reduzco al sillon, y persisto en este acariciarme tan oculto. Persisto porque estoy cierta de que al hacedor le esperan mas capitulos, y que cada capitulo del hacedor permite que florezcan cientos de rincones donde resguardarme de su censura mas ingenua. Un beso suyo son cien nuevos amantes para Norah. Una desesperanza son cien nuevos suicidios de Gustav, mi carcelero inocente. Un suspiro y una ganas de dormir son un punto final para mi. Pero aseguran, siempre, un eterno y delicioso principio. Y no importa cuando es que llega. Siempre de los siempres puedo esperarlo entre caricias. Mias. Suyas. Supervivientes.
Desde esa madriguera es que reposo sobre el colchon y me miro con sorpresa y con alivio. Indago en este cuerpo prestado por palabras reconditas y, como toda persona real o imaginaria, me vivo desde mi y me miro desde unos ojos que solo alcanzan a mirar mi ombligo y mis caderas, mis piernas y mis entrepiernas y los dedos de estos pies que, afortunadamente, el autor sombrio ha decidido hacerles duros pero hermosos. Silentes como arbusto pero solidos y dulces como lo que yo misma hubiese querido de mis pies, antes de tenerlos. Concibo el mapa de mi cuerpo ficticio como todo el que lee esta paradoja concibe el de su propia e insalvable realidad corporea. Pero, a diferencia de muchos de los seres que no provienen de esta imaginacion, yo si me fascino a mi misma, y la implacable tarea de esperar a Gustav Lonesome mientras miro el televisor no me resulta nefasta porque, siempre que quiero, desviar la mirada de ese televisor fantasioso me resulta facil, y siempre, tambien, la ocupo en gozar de mi estatura irreal, mi suavidad onirica, mis ganas de sentir alivio de no ser presa de las sombras de mi creador obtuso.
Por el contrario, agradezco la suave oportunidad de ser mas limpida que la seda, y de tener a Gustav Lonesome como una contraparte gris y patetica que se pierde, en cada una de sus desesperanzas, de la verdadera osadia de explorar este cuerpo fatal y delicioso del que el hacedor me ha provisto. Rio, quizas amargamente, quizas con certeza, de resultar ser este pais tan conocido para los ojos de Gustav pero tan deleitable para los mios propios. Comprendo la naturaleza sufriente del que ha sido asignado para desear escapar de mi piel inexistente, Gustav y sus demonios, en este caso. Pero en total indiferencia, y solo porque el autor no me hace participe, desconozco totalmente la necesidad de ese naufrago eterno de vociferar socorros y bengalas estupidas, mientras me hundo en el estupor de existir por la gracia de una idea, y me acaricio mientras tanto.
Me acaricio siempre. A toda hora. Incluso cuando el autor dormita en sus labores insulsas y desconocidas. Yo las obvio y las descarto y, tranquilamente, vuelvo a acariciarme sin pudor y sin sosiego, mientras en la tele imaginaria resuena el jingle de Hill Street Blues y sin que nadie se de cuenta, pongo cara de que me importa para que ni Gustav ni el hacedor interrumpan mi delirio.
Pero, eso si, yo sola no siempre me basto. No es tan abrupta la diferencia entre los seres reales y los fantasiosos: Ni unos ni otros nos somos suficientes a nosotros mismos. Norah, la que soy, se acaricia casi a escondidas mientras desea, igual que Gustav y que el hacedor, una salida a su circulo de predestinamiento y resolucion anticipada. Norah quiere ser la salvacion de Norah, pero en brazos de un poema que el hacedor no ha escrito. Norah vocifera, en cada apretujar de estos muslos fantasmagoricos, una otra escapatoria que retumba en los timpanos reconditos del hacedor, aunque no siempre lo sepa. Norah, yo misma, quiere salvarse entre los dientes de un personaje que el autor no ha vislumbrado, pero que hace eco en sus cavidades como el batir de las alas de una mariposa colosal retumba en la marea de sus suenios, de sus senos, de su oportunidad de existir por si misma.
Y mientras me reduzco al sillon, y persisto en este acariciarme tan oculto. Persisto porque estoy cierta de que al hacedor le esperan mas capitulos, y que cada capitulo del hacedor permite que florezcan cientos de rincones donde resguardarme de su censura mas ingenua. Un beso suyo son cien nuevos amantes para Norah. Una desesperanza son cien nuevos suicidios de Gustav, mi carcelero inocente. Un suspiro y una ganas de dormir son un punto final para mi. Pero aseguran, siempre, un eterno y delicioso principio. Y no importa cuando es que llega. Siempre de los siempres puedo esperarlo entre caricias. Mias. Suyas. Supervivientes.
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