domingo, agosto 24, 2014

Lingüística para colonizar nuevos mundos

Para N. -maestra de mis pupilas- y diseñadora involuntaria de mi único alfabeto.

El alfabeto del amor pulsa y pulsa
Late ese viento de guerra cariñosa
y retumba suavemente entonces
como un verbo cristalino que sólo puede conjugarse
en tiempo presente

Obesos diccionarios lloran estertores
y agonías
quietas como naturalezas muertas
aves de cristal
frutos de piedra caliza
secos como retratos mudos que quieren escapar de su lienzo
pero no saben cómo

Libros con estómagos repletos de explicaciones
pero carentes de voluntad y de sentido
Rejas sin prisioneros
Barrotes sin su debido serrucho
Excusas que huelen como la mismísima vainilla del ahora
Atajos ficticios hacia las praderas de la libertad.

La lengua del amor no se habla
nada más
desde las gargantas tibias o los pechos pudorosos

Se trata de un idioma en construcción
una sinfonía donde los silencios fornican tan furiosamente
como los sonidos

Una melodía modulada por extremos
pautada por un ritmo que se sigue a cuatro manos
cuatro ojos
y cuatro piernas que de tan enredadas se confunden desde lejos
y parecen una sola
una sola pierna que parece carecer de la otra
un vacío eterno para llenarle a diario

No hay gramática capaz de valerse por sí misma
ni otra ortografía que la que puede servirse sobre copas traslúcidas
y que chocan holgadamente y ruidosas
cada que se brindan la una
a la otra
sucesivamente
pero jamás repitiendo la operación

Y es que la lengua del amor es una
que puede tejerse con el estambre de la furia
o con el hilo de los días apacibles
o con la seda punzante de esos besos que saben llover a la debida hora
en el debido lugar
y sobre el debido sitio

Sólo el abrazo continuo y rabioso
prevalece sobre la orgía de nuestros abecedarios
Ciertos días es boya
otros días faro
unos más es ancla
y casi siempre es brújula incansable
dibujando nortes como niños que pintan soles
sonrisas
y casas luminosas que dormitan bajo la cobija ardiente del día
-y tu favorita entre sus hermanas: la noche

El día que quemamos las naves, carne de mis ojos,
ardieron junto con ellas todos los mapas que llevaban dentro
y los diccionarios
y las tormentas inclementes
y los piratas que aún revoloteando entre las llamas
se aferraban a sus parches cicatrices

Quemar los navíos no es un acto de fe (créeme, pues es así)
Ni tampoco es una estratagema bordada por la desesperanza
ni bañada en las mieles agrias del hastío:

Abandonado el retorno
cancelada la ruta
se despierta la certeza como una niña que se talla los ojos
para poder verlo todo
y así lograr distinguir la vigilia del sueño


Hemos llegado -gritan las pestañas-
a esta península nueva que vamos recién pisando
de puntitas
(no queremos pisar las margaritas, ¿verdad?)
en la que posiblemente nadie hable nuestro idioma
más que nosotros

Se alza una bandera para el nuevo nombre que dice "aquí"
y descuida: nos haremos entender (creo)

pues tarde
o

temprano

nuestra lengua será sólo una.